El gozo como resistencia

8 junio 2025
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Gozo es una de mis palabras mantra, como consciencia o compasión. Forma parte de ese «Diccionario del alma» que algún día escribiré.

Y no es mía. Fue un regalo más de mi madre. Ella siempre hablaba de gozo, no de alegría. Decía que una tarde había sido gozosa, que la conversación con alguien amado era gozosa o que un viaje había sido un gozo. Y sus ojos brillaban al pronunciar esa palabra.

Por eso siempre supe que en aquella palabra, «gozo», se guardaba algo frágil pero bellísimo, algo que mi mirada de niña intuía pero no conocía. Por eso me apropié de la palabra. Para que fuera una conquista de vida. Apenas podía comprender entonces que era el alimento para el alma que hace falta para vivir. Y para resistir.

En los últimos tiempos me viene esa palabra a menudo para describir una comida en la que respiras, el azul de algunos mares, las lágrimas conmovidas de alguien amado cuando le recuerdas que fue él quien te enseñó a cuidar, una tarde en un jardín casi imposible de imaginar o la sorpresa y anhelo escondidos tras un portal. Me vino ayer cuando volví a casa después de varios días de viaje, me vino el otro día al sentarme a cenar en un lugar especial y rodeada de mi gente amada…podría seguir.

Lo que no sabía de niña, mejor dicho, lo que mi cuerpo sí sabía pero mi mente no podía integrar es que el gozo fuera, muchas más veces de lo imaginable, el lugar para resistir. Que el gozo fuera posible y real en medio de la muerte, del horror y de la locura. Que el amor de verdad, el bueno, el que merece la pena te permite reír, asombrarte, sentir placer y despertar tu piel incluso en medio del horror. Quizá más que nunca ahí. Porque ese gozo se convierte entonces en resistencia, en baterías, en sentido.

En los últimos años soy cada vez mas consciente del privilegio de mi vida. Me levanto cada día sintiendo agradecimiento a la vida y reconocimiento a mí misma, porque ambas han sido necesarias para llegar hasta aquí. He aprendido, tal y como escribí el último día, a dar valor de verdad a las miradas que me rodean y a respirar. Ando de retirada de muchas cosas y enganchada al placer.

Y desde ahí vuelvo a esa forma de amar y cuidar que me enseñaron y que me dio mi lugar de resistencia en el horror y la locura. La vida nunca me dejó caer, siempre puso en mi camino personas que fueron refugio, que me escucharon llorar, que vinieron a verme cuando sabían que la presencia física y el abrazo no se pueden sustituir de ninguna otra forma en determinados momentos, que dijeron simplemente «estoy aquí, no hay prisa, te escucho, llora». O que me susurraban al oído cada vez que iba a verles al despedirse «recuerda que no estás loca».

Y eso es lo que he tratado de darle a la gente toda mi vida. Ese lugar de gozo y de refugio. Lo hago en el trabajo, pero sobre todo con mi gente amada. Y cuando el horror y el dolor toca a mi gente amada vuelvo a la visión en blancos y negros de la vida que aprendí de mi tumor, a esos espacios donde no caben la ambivalencia, el dejar para después o las excusas. Vuelvo a esa forma de amar y cuidar que me enseñaron. Y lo más paradójico de todo es que al volver a eso es cuando más plenamente vuelvo al gozo. La intimidad que se comparte en el horror, en la pérdida o en el dolor no se crea de ninguna otra forma. Y lo vuelve todo diáfano, claro si una puede sostenerlo. Aunque la claridad sea que toca despedirse porque llega la muerte o que hay heridas que no se curan. Incluso entonces caben la alegría y el gozo, los tiempos con sentido y las conversaciones de alma. Que son el alimento de la resistencia y la fortaleza. No somos fuertes solos, somos fuertes si nos sostienen, si nos dejan llorar, si saben reir con nosotros en ese sentido del humor absurdo para quien no sabe de dónde nace pero real para quien lo vive.

Así que hoy me nace dar las gracias a quienes me quisieron así y me siguen queriendo. A quienes me sostuvieron y me sostienen. Desde cada hospital a cada locura, desde las vivencias de niña hasta la relectura del año pasado, desde la muerte de mi madre, mi padre, mi tía, mi padrino y su mujer, mi amigo Luis, hasta la de mi tío, todos ellos personas que me dejaron huérfana de presencia visible pero llena de amor y fortaleza. Desde cada agresión a el temblor de mi maternidad en solitario.

Es gracias a ellos y ellas, los de este lado y los del otro lado de la vida, que puedo amar y cuidar como lo hago, con mis limitaciones, siendo pesada o intensa muchas veces, pero abrazando, acariciando, consolando, escuchando, empujando a la gente a nombrar y llorar o gritar para poder sanar, siendo aceleradora de particulas como me dijeron hace bien poco. Empujando también a celebrar, porque celebrar es gozoso y es alimento para el alma. No dejar pasar las fechas y la vida sino hacerla consciente desde el gozo y la gratitud. Buscando lugares bellos, viendo atardeceres, juntando a la gente que quiero. El horror me sigue estremeciendo, de hecho cada vez más, pero sé que estar ahí (como también decía mi madre, existir en alemán se dice «dasein», que significa «estar ahí»), marca la diferencia. Conmigo lo hizo. Resistí. Y como le decía a mi hijo el otro día en esta vida hay momentos y batallas que sólo se ganan resistiendo.

Lo que no sabía cuando era niña es que el gozo es un lugar de resistencia. Mi madre sí lo sabía y ahora yo también.
Pepa

Respirar

24 mayo 2025
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No sé muy bien cuando empezó. Quizá hace dos años cuando me encontré de nuevo sola en casa o celebré aquel cumpleaños loco. Quizá hace unos meses que terminé de ordenar papeles, redimensionar dolores, resignificar vivencias y recolocar relaciones. Puedes que hace unos meses cuando empecé la formación de Aliento y Voz y fui capaz de llorar cantando a mí niña. Quizá hace unas semanas cuando fui aún más consciente de mi cambio de ritmo interno y decidí comenzar la retirada camino del porche frente al mar. Puede que la semana pasada cuando encontré impreso en casa de una amiga el texto que escribí con 29 años cuando me supe viva y curada después de un tumor y tomé la decisión de soltar el dolor y vivir. Quizá en una comida hace unos días donde nombré emocionada catorce años o en una cena donde llegaron dos ballenitas a casa, con amor y alevosía.

Sé seguro que ya era realidad anteayer en un día de veintidós horas seguidas despierta donde lloré conmovida y privilegiada por amor y con amor y ternura con tres hombres maravillosos, uno tras otro, pero sobre todo ante aquel álbum de esa madre que sin estar sigue estando en cada poro de la piel de su hijo y sus nietos. Veintidós horas de amor hasta esa cena en el aeropuerto o aquella última llamada amada. Y sé que fue certeza ayer en las risas de la sala, la vista de la tramontana en el café y la respiroteca frente al mar imposible de describir con mediana dignidad en este blog. Dos días que atesoraré toda mi vida.

Porque las cosas más importantes de la vida se van fraguando poco a poco. Y aprender a respirar desde las entrañas, aprender a habitar tu vida siendo aceleradora de partículas y con la certeza de la posibilidad de cambiar tantas cosas y a tantas personas…no es nada fácil. He necesitado muchos años desde aquella decisión a los 29 años, años de intensidad, agendas, viajes y escalofríos para llegar a poder sostener tanto amor en las miradas de quienes me rodean. Porque sostener esas miradas en esas comidas, en esas cenas, en esas salas es darles valor de verdad. Es sentirte y saberte diga de ser amada, valiosa y a momentos extraordinaria. Saber que puedes incómoda y maravillosamente señalar. Saber que puedes ayudar a que la gente vuele, sienta el aire bajo sus alas aún temblando. Saber que lo sabes. Y ser consciente de que cada respiración se vuelve eco, guía, huella. Y se trata de poner sonido a ese eco o como me está pasando, quedarme cada vez más callada, simplemente viviendo en esas caricias en forma de mirada.

Respira, caricia, respira, caricia, respira, caricia.
Pepa

La maldad y el abrazo

19 abril 2025
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Hace un tiempo uno de mis sobrinos me preguntó si yo creía que existía la maldad.

Le expliqué que en todos estos años que llevo trabajando en el ámbito de protección y en la consulta, he visto cosas espeluznantes y agresiones indescriptibles. Pero siempre, a lo largo de los treinta años, he sabido ver el daño que se escondía detrás.

Cuando las personas no sostienen el dolor, se rompen por dentro. Y hablo de sostener, no de aceptar. No suscribo para nada toda esa filosofía sobre aceptar el dolor y que nos hace más fuertes (el dolor destruye, como mucho lo que nos hace fuertes es todo lo que somos capaces de hacer para sobrevivir al dolor) o cuando hablan sobre tratar de no apegarte y demás. El dolor pesa tanto a veces que quiebra a las personas, se doblan y se rompen tratando de sostenerlo. Y cuando la persona se quiebra, lo saca haciendo daño a los demás o haciéndose daño a sí misma. Es una de mis certezas.

Y en las historias de vida que me he encontrado a lo largo de estos treinta años casi siempre he podido ver el niño o niña quebrado que se esconde detrás de la bestialidad. Y me parece fundamental nombrarlo así, no como trastorno mental o como locura o como enfermedad, sino como lo que es: un niño o niña quebrado que acabó agrediendo o autolesionándose desde su propio dolor.

Pero a lo largo de los años sí tengo mi pequeño listado de maldad. Son seis. Seis en más de treinta años de trabajo con personas, miles de personas entre cursos, supervisiones, consulta etc. Seis casos en los que, o bien no supe ver a ese niño o niña quebrado o bien no estaba ahí. Siempre me quedará la duda de si no supe ver ese dolor o no estaba.

Cuando mi sobrino me preguntó eran cinco. Le dije «son cinco en treinta años, si te sirve como respuesta». Pero la vida es así de extraña y las semanas siguientes llegó la sexta. Y llegó en mi vida personal, sobre alguien a quien quiero y sobre todo, sobre sus hijos. Y eso me dejó temblando. Sentir la maldad tan cerca y tan intensa me dejó sobrecogida. El horror y la crueldad a la que se puede llegar desde ahí es indescriptible.

Y cada vez que me he topado con la maldad, una vez pasado el temblor, siempre pienso lo mismo: toca protegerse. El quinto caso de mi lista me había llegado en una supervisión, y dediqué todo el tiempo a trabajar con las terapeutas estrategias para que pudieran protegerse. Porque la inocencia o la vena salvadora nos pueden destruir. Hay momentos en la vida en los que toca protegerse. Son, como le dije a mi sobrino, muy pocos. En mi caso, han sido cinco, ahora seis, en treinta años. No son reflejo de la realidad de la vida ni de la fragilidad del ser humano. Pero sí causan horror y destruyen y llevan a las personas a destruir incluso aquello que más aman. Y pienso ahora en lo pequeño, lo relacional, no voy a las grandes guerras, ni a las perversiones estructurales que sobre eso siento que habría otras cosas de las que hablar. Pienso en lo pequeño.

Y sé también que protegerse no es atacar. Protegerse para mí se basa en la conciencia y la ternura. Por un lado, poner consciencia y revisar cada paso, no actuar de forma impulsiva por mucho que nos nazca. Revisar y revisar y aprender a escuchar y legitimar las tripas como un criterio valido de decisión, porque las tripas son las que perciben el peligro. Es el modo supervivencia. Y si para eso hay que disociar en determinados momentos, quienes sabemos hacerlo nos resulta un recurso muy útil para ello, siempre que sepamos entrar y salir de ella. Porque la consciencia es la clave de la protección y se basa en la conexión interna.

Pero sé que el ancla más poderosa para protegerse son los abrazos. El abrazo como ancla de resistencia. El abrazo que permite calentarte en el frío y en el escalofrío; el abrazo que te hace sentir tu piel de nuevo; el abrazo que no te deja caer; el abrazo que te permite salir de la disociación cuando puedes sostener el dolor. Es el abrazo.

Protegerse es rodearte de gente que te quiere, pero sobre todo que te cuida y te abraza. Y no digo esto desde una perspectiva inocente de la vida, justo al contrario. Lo he escrito ya antes: «el amor no salva, pero sin amor no te salvas». De la maldad sólo nos protegen esos abrazos. Porque esconden detrás un reconocimiento de tu vulnerabilidad, tu fragilidad y tu hermosura. La ternura que recibimos nos hace fuertes. Cada persona que he visto resistir y rehacerse del dolor ha tenido siempre personas que le amaron de niño o niña, que lucharon por ellos, que supieron verles. Y cuando llega el desierto, aparecen aquellas personas y otras presentes, y el abrazo vence. Me estaba acordando del abrazo de Samsagaz a Frodo cuando la maldad de Sauron se le mete en el alma, o la red que rodea a Harry Potter a uno y otro lado de la vida (porque los abrazos de los ángeles también existen). Hay ejemplos mil en las películas de lo que digo. Y se resume en que la maldad genera tanto miedo que si nos quedamos solos ante ella, el miedo nos paraliza, nos puede y la maldad vence. Nadie puede protegerse de la maldad en soledad.

Consciencia y ternura, sobri, que eso no te lo dije en mi respuesta. Uno de los aprendizajes más importantes de la vida para mí es dejarse abrazar. Mucho más difícil si cabe a veces que el de abrazar.

Pepa

San José y las celebraciones del alma

19 marzo 2025
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Amanezco el día de San José con una llamada de mi hijo para que salga al balcón de la habitación a ver los buitres que sobrevuelan encima de la casa. Una verdadera belleza.

El día de San José para mí está muy lleno de memoria y de amor. Cuando era pequeña lo celebraba siempre con mi padre, era su día y mi santo, y con mi padrino, con quien tenía el regalo de compartir nombre. Sin duda las dos figuras paternales de mi vida. Eso y las virutas de San José, el postre típico del santo en Zaragoza convertían ese día en algo especial para mí.

Años después mi padre murió la noche del día de San José. Esta madrugada se cumplen 21 años. Y pensé que se habían acabado las celebraciones de San José. Me resultaba imposible pensar en celebrarlo sin él. Pero se me olvidaron las espirales de la vida.

Primero estuvo mi hermano, la otra presencia masculina en mi infancia, mi compañero de juegos y de alma, que se convirtió en padre. Porque apenas un año después de morir mi padre, nació mi sobrina. Y aquella memoria de amor se plasmó en las manos de mi hermano al acariciarla. Como hizo luego con su segundo hijo y con el mío. Y los llevó a las montañas y a museos y a lagos y a conciertos, prolongando el amor de nuestro padre en ellos.

Pero la espiral fue más allá, porque tres años después de que sintiera que las celebraciones de San José ya no serían posibles, llegó mi hijo y me dijeron que se llamaba José. Pensé que aquel detalle, su nombre y el hilo que implicaba, era un envío de mi padre. Y pasé de celebrar mi santo con mi padre a hacerlo con mi hijo. Cada año hacemos algo especial para honrar esta línea masculina de mi alma, de la que yo soy parte trasmisora.

Porque la maternidad en solitario me ha obligado a ser madre y padre a la vez. Y aunque no vincule esos roles al sexo de las personas, sí lo vínculo a poder criar en red, en tribu y a cumplir funciones diferentes que a veces se vuelven opuestas. Ser la misma persona la que riñe y abraza, la que consuela y marca los límites, la que juega y brinca y se mueve y sale y al mismo tiempo se recoge.. no sabría explicarlo bien, pero sé que esa soledad obliga a cubrir todos los frentes de la crianza en una sola persona y conlleva un coste altísimo.

Pero es que además uno de los mayores regalos que me ha hecho la vida es la cantidad de amigos hombres que tengo. La amistad entre hombres y mujeres es diferente, tampoco sé explicar exactamente por qué, pero lo es. Y es, por los prejuicios sociales, más escasa. Mis amigos hombres han jugado un papel clave en mi vida desde niña. Podría pensar en J, que ha sido parte padre y parte amigo, pero recuerdo a F. llevándome la mochila en las excursiones de los scout, a C. y nuestras clases de alemán, a J. y nuestros paseos y de ahí en adelante todos los que se han ido incorporando a mi vida. En el mundo laboral he construido redes afectivas profundas, la mas clara las Espirales con J. Y mi mundo en la roqueta ahora mismo está lleno de hombres buenos que llenan de luz mi vida. Y también han jugado un papel clave en la vida de José, algunos especialmente, junto con sus tíos. Pienso en A. que hace de abuelo adoptivo, o en J. que le nombra tío de sus hijos o en P. que habla con él de vídeo juegos y de la vida, en el papel q jugó A. o en su padrino.

Pero es que además la mayoría de mis amigos hombres son ahora padres. Los veo ejercer de padres de sus propios hijos, tomar decisiones valientes que en mi infancia hubieran sido imposibles y que hoy parecen obvias, por suerte. Les veo con una ternura y presencia casi impensables hace unos años. Y hacerlo desde una consciencia y una sensación de normalidad que me lleva a pensar en todo lo que hemos avanzado, aunque a veces nos empeñemos en mirar oscuro. Y pienso sobre todo en algunos de ellos, que están luchando por el amor a sus hijos en batallas llenas de dolor.

Y vuelvo al comienzo del día y a la llamada al balcón de José para ver los buitres. Porque está haciendo sus prácticas en un lugar que es sencillamente mágico y dando forma a un sueño que definió cuando tenía siete años y me dijo: «mamá, yo quiero un trabajo que me permita estar en la naturaleza y pasar tiempo con mis hijos». Y aquí estamos, diez años después. Entonces y ahora, pienso que desde la memoria de mi padre y mi padrino pasando por los hombres buenos que nos rodean hasta llegar a mí crianza monoparental le hemos dado la opción de ser hombre de un modo diferente y mejor.

Y pienso que celebrar, como le dije ayer a uno de esos hombres buenos, es a veces hasta un acto de resistencia. Pero es sobre todo dar valor al amor que nos va tejiendo, al valor de cada vida, de cada corazón. Unos están a este lado de la vida y los otros ya nos acompañan y sostienen desde el otro lado, pero trataré toda mi vida de que el día de San José sea algo diferente. Es mi forma de honrarlos. Es el hilo del amor, y hacerlo presente con la consciencia de la celebración, funciona.

Feliz día a todos los hombres buenos, seáis o no padres.
Pepa

El subtexto de la vida

11 marzo 2025
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Este fin de semana uno de mis sobrinos utilizó esta imagen, que no es nueva ni es única, pero es enormemente certera. La vida tiene un subtexto que no te explican, que a veces no entiendes porque sigue un código que no reconoces o sabes leer. Nos pasa con las personas y nos pasa con la vida.

A veces genera extrañeza, a veces temblor. A veces sientes que pisas arenas movedizas. Es como si la vida hablara una lengua diferente. Una lengua que sientes que todo el mundo conoce menos tú. Como si hubieras perdido alguna lección en la infancia, un día de escuela donde se explicaron los códigos de la vida, y que tú, no sabes muy bien por qué, te perdiste.

Pasa con la vida, pero pasa también con las personas. Cuando construimos vínculos profundos creamos códigos compartidos y únicos desde la intimidad compartida. Cuanto más nos abrimos, más profunda es la intimidad y menos necesarios los subtextos. Los demás miran desde fuera y no comprenden la lengua construida en ese vínculo por el amor. Te sonríes con la otra persona, le miras a los ojos y sientes que el mundo queda fuera. Y es que así es. Por eso cuando eso se rompe, duele. Porque es como si te expulsaran de un hogar que creías tuyo, y no estoy hablando sólo de la pareja. Ese hogar se construye en la familia, en la pareja, con los amigos. Cada vínculo es un hogar. Algunos especialmente. Hay vínculos que valen una vida.

Y luego está el subtexto de la herida. Las personas heridas compartimos códigos que son difícilmente comprensibles para las personas que no lo están. Ese subtexto sí tiene un código común, aunque en apariencia sea extraordinariamente diverso. Pero el miedo, el dolor, el vacío… son experiencias de «tripas» que dejan huella. Y en esas huellas hay un lenguaje común, que puedes rastrear. Por eso se generan subtextos comunes en algunos colectivos también.

Atesoro los subtextos que he construido en mi vida personal. Y en mi trabajo, cada día trato de leer los subtextos y sobre todo de escucharlos. A menudo convierto el subtexto de la herida en texto abierto que pueda ser comprendido e integrado. Pero muchas veces siento que la verdad, si es que la hay, sigue mucho más escondida en los subtextos silenciados.

Pepa

La vida bajo el hielo

7 febrero 2025
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Erase una vez..

Un hombre con alma de niño. Esas almas inocentes que no conciben la crueldad aunque sean capaces de ella. Esas almas limpias que no saben dibujar la negrura aún cuando les rodee. Aquellas justamente que encuentran en el jugar, gozo y en la fábula, consuelo. Esas almas de niño.

Su piel era suave y su mirada, tierna. Pareciera que la vida no había hecho mella en ninguna de las dos. Pero como en las buenas historias, y la vida siempre es una buena historia, el segundo registro era el más valioso.

Como les sucede a las personas heridas, las huellas de su piel escondían una frágil hermosura. Aquella piel hablaba del frío de la estepa, del llanto silencioso y de las caricias contenidas.

Él recordaba el sabor del mar, los sonidos de aquella vieja casa de pueblo, el crepitar del fuego y el brillo del sol en las hojas de los árboles. Recordaba la voz de su madre mientras le acariciaba el pelo y el olor a cocina antigua.

Apenas sabía decir dónde quedó todo aquello. En algún momento la vida se había escondido bajo un manto de frío y su cuerpo se había ido acostumbrando a la parálisis y al silencio. Quizá no había sido un momento, sino el cúmulo de las horas, los días, los destellos. Él era un niño, ni siquiera lo vio venir.

Se puede vivir congelado, el corazón anida bajo el hielo. Se vive en silencio, en soledad, como desde lejos. Pero se vive. Y desde fuera el corazón apenas se escucha bajo un ropaje de disfraces exquisitos. Hace falta mucho valor para conservar la inocencia bajo el hielo, la caricia en el desierto. Y sobre todo para estar dispuesto a volver a temblar.

Pero si sostienes el temblor, entonces llega el destello. Y esa primera caricia que quiebra el hielo. Casi siempre en otra mirada, muchas veces una mirada tejida de tu misma piel. Esa risa infantil que te ancla a la vida más allá de cualquier tormenta.

Y el hielo se hace agua. Agua salada de lágrimas, mares y sudores. Agua que suena en forma de cuentos, juegos, caricias y sopas. Agua que limpia.

Por eso aquel hombre tenía alma de niño, porque había tenido quien le mirara y en quien mirarse. Y ahora que el hielo se había derretido, a ratos temblaba aterido por la intemperie. Pero había aprendido sus dos recetas mágicas. Primero, volvía al sol. A sentir cómo le calentaba la piel y el alma. Y luego, como refugio infalible, volvía a su abrazo, tumbados en la cama antes de dormir.

Pepa, hoy me nace un pequeño homenaje a los hombres valientes.

2024: diario de una travesía

29 diciembre 2024
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El 2023 fue inolvidable. El 2024 ha sido una travesía. El 2023 lo terminé escribiendo un cuento hermoso. El 2024 lo quiero acabar compartiendo lo que he aprendido o lo que quizá tan sólo necesitaba recordar, pero de un modo mucho más profundo. Para no olvidarlo y por si sirve.

ENERO
La memoria de quienes amamos es compartida, como un poliedro que se reconstruye y se recrea. Un padre es de todos sus hijos.
El amor es lo único que vence a la muerte y aquellos que amamos y se fueron siguen vivos en nosotros.
Releer es a veces volver a vivir, aunque sea treinta años después.

FEBRERO
El llanto trae refugio y caricia. Pero a veces hace falta mucho valor para llorar.
El amor no salva, pero sin amor no te salvas.
Despedir a Carmen y reencontrar su amor en las paredes de Toledo y constatar hasta qué punto también ella me adoptó.

MARZO
La memoria corporal me puede hacer vomitar, gritar y llorar mucho tiempo después.
Cuando era niña, la poesía fue el único modo que encontré de nombrar lo inefable. Pero ya no estoy allí.
Mi hijo, al que le dio miedo hacerse hombre. Y aquel aeropuerto compartido para sostenerle.

ABRIL

Mis 51 razones.
La herida del abuso, que volvió a sangrar.
La luna llena en la cala del mago: volver en mí.
Y un recordatorio en forma de risa compartida: Nuestro hogar es nuestra red de amor.

MAYO
La vida son espirales: regresan sitios y personas del pasado, pero todo es diferente porque estoy diferente.
Por muchos años que hayan pasado, dar valor de verdad a lo vivido cura: el amor que sí fue aunque no se nombrara, el miedo que se hizo grande, las opciones que tomé o lo que signifiqué en la vida de alguien.

JUNIO
El precipicio a miles de km de casa.
Un viaje de los que valen una vida.
Y sentir que naufrago, no reconocerme.

JULIO
El amor de mis sobrinos, uno de los mayores logros/regalos de mi vida.



La primera reunión presencial del equipo de Espirales CI. Sentir más que nunca que no me equivoqué y que el privilegio se hace aún mayor.
Las risas en aquel hotel escondido en Segovia. Pura magia.
Y el reencuentro en Colonia, el amor que lo hizo posible. «Hace falta un abrazo dado en silencio y sin exigencias, una serie de pequeños pasos dados con la consciencia que sólo surge del amor. Hace falta mucha terapa, mucha, mucha terapia de la de dentro de consulta y de la de las comidas, cafés y conversaciones refugio. Hace falta confiar«.

Y una visita largamente esperada en la roqueta. Hay hilos de amor que nunca se rompen.

AGOSTO


Los océanos bravíos y el amor incondicional de Txus, devolviéndome a tierra.
Y una cena de despedida a mi hijo que merece presencia en este diario por demasiados motivos.

SEPTIEMBRE

El agotamiento y los 17 días logrados a través de las oraciones de Aurora.
A veces no se trata de estar mal, es sólo agotamiento. Las personas nos podemos romper por agotamiento.
Las presentaciones del nuevo libro. Regalo inmenso.
Y el sentido de este año que empieza a aparecer con la claridad de tres verbos: redimensionar, resignificar, recolocar. Es algo así como poner orden, dar el valor y la dimensión correcta a lo vivido.

OCTUBRE

Una opción para el resto de mi vida: optar por dejar de callarme la rabia.
Mi ternura y mi fuerza. Ambas soy yo. La niña asustada y la mujer contundente.
Dos días de vómitos que también merecen figurar en el diario de travesía. Y la lectura de diarios que ya va llegando a su fin.
Los regalos de la vida: los dos reencuentros en Gran Canaria, el regalo inesperado de Tabarca, ver Roma en los ojos emocionados de Aina, los días en Sant Elm.

NOVIEMBRE

Los 18 años de José. Nuestros 17 como familia. Ese primer día, ese inmenso amor.
Celebrar en nuestro hogar madrileño y nuestro hogar mallorquín. Escucharle dar las gracias y pedir a las personas que le digan algo. Escuchar a sus amigos hablar sobre él. Y ese abrazo comunal. Ver el hombre en el que se está convirtiendo, ¡y sentir tanto orgullo!
Y siguen los regalos de la vida: en aquel abrazo lleno de ternura frente a aquel mar de la infancia, en cada luna llena que viene a acunar mis sueños, en aquella ponencia de aquel congreso inolvidable.
Y esa película en la que estoy sin estar.

DICIEMBRE
Y cuando el año parece que acaba, la vida te recuerda que cada día cuenta.
Me toca dar el valor justo a mis renuncias, a lo que no hice, a lo que dejé ir: aquella beca, aquellos puestos laborales. Y saber que siempre lo hice por cuidar a quienes amaba y amo. Y que lo volvería a hacer.
Me toca comprender que algunas personas llegan a mi vida para obligarme a sanar la memoria corporal de mis heridas más tempranas. Y desde ahí puedo dar las gracias y dejarles ir.
No quedarme quieta, parada, silenciosa ni bloqueada. Y al mismo tiempo necesitar hablar cada vez menos, moverme cada vez menos, demostrar ya casi nada.
Me toca sostener la primera ruptura. Y de nuevo sentir un inmenso orgullo.
Y volver a mis amaneceres. Y al privilegio. Y a las caricias y abrazos de mi hijo y de mi gente amada.

Y al final de esta travesía, tan sólo una petición al año nuevo: suavidad.
Pepa, a dos días de acabar el 2024.

La memoria

30 noviembre 2024
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La memoria nos constituye.
La memoria nos ancla.
Recordar nos asusta.
Recordar nos bloquea.
Recordar a veces nos obsesiona.
Elegimos recordar y elegimos olvidar. Del mismo modo que elegimos amar.

Olvidamos para preservar a nuestra gente amada.
Olvidamos para quitar peso al dolor, y desgarro y temblor.

Somos lo que hemos vivido, aunque no lo recordemos. Pero sin memoria no hay consciencia. Ni libertad.

Recordar duele y salva.
Olvidar preserva y daña.

Recordar son espirales. Vuelves a pasar por el corazón, pero tu corazón no es el mismo. Tu vida tampoco. Comprendes la magnitud. Comprendes la necesidad de olvido.

Al recordar recuperas fogonazos sensoriales: aquel olor, aquel escalofrío, aquella sonrisa o la luz de aquel atardecer en esa playa.

Y casi parece que puedes tocar a aquella persona o que vas a volver a sangrar aquella herida que te encoge el estómago como puñetazo.

Al recordar sonríes sin saber por qué, sientes compasión hacia la que fuiste: ingenua, pequeña, frágil y tan bonita!. Y te miras al espejo y ahí estás: más consciente, algo más libre. Y te acaricias. Y reconoces tu valentía.

Y al mismo tiempo sabes más que nunca lo mucho, muchísimo que has elegido olvidar.

Pepa

17 años

19 noviembre 2024
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17 años de esto. El primer día que le tuve en brazos. El mejor de mi vida.

Pepa

Surfeando la ola

14 noviembre 2024
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Empieza a olerse el final de año. Un año que no voy a olvidar. Un año que ha supuesto desde el principio revisitar mi pasado. Me costó entenderlo, pero ahora sé que ése era uno de los propósitos de la vida para mí este año. He vivido la reaparición en mi vida de personas que se fueron, en algunos casos hace mucho, mucho tiempo; la despedida de personas amadas, el reajuste de varias relaciones claves en mi vida, el cambio de significado de vivencias que creí colocadas, el hacer conscientes memorias olvidadas… todo ello con la vivencia corporal y emocional que conlleva. Me he visto tomando un caldo tumbada en un sofá, varias veces acurrucada en brazos amados, con dos o tres gastroenteritis de lo más simbólicas, viendo cómo una persona se caía sobre mí en una escalera mecánica. Me he visto llorando antes de salir públicamente en un acto, casi sin poder contenerme. Desbordada, conmovida y sobrepasada.

Y ahora que se acerca el final del año, empiezo a estar serena. Sé que este «revisitar» no ha acabado. Pero ahora que he comprendido el para qué, me cuesta menos. Es más fácil que sentirte zarandeada sin entender por qué. Porque ha sido todo demasiado seguido, demasiado intenso, demasiado rápido, como cuando te arrastra la fuerza del mar.

Sé que se avecinan cambios. Estas últimas semanas se han abierto caminos inesperados, nuevos horizontes que no esperaba. Y sé que llegará pronto el «porche frente al mar». Ya me pasó antes de la llegada de mi hijo. Mi hijo que en un par de semanas cumple 18 años, el final, más simbólico que real, de otra etapa. No es casual que sea al final de este año. Han sido dieciocho años en los que el centro de mi vida ha sido él. Más amor del que jamás imaginé que daría y recibiría, y no sólo hablo del que nos hemos dado, sino del que nos ha sostenido a los dos durante estos años, sobre todo en aquellos momentos en que sentimos que podíamos naufragar, pequeños y frágiles, fuertes en nuestro amor, pero frágiles en la vivencia.

Lo miro y siento un amor inmenso, siento orgullo, pero sobre todo siento agradecimiento. Ser su madre es lo mejor que me ha pasado en la vida, mucho más allá de lo que nunca pude imaginar. Y el año anterior a que él llegara a mi vida también fue como este 2024. Ese 2006 fue un zarandeo, un cuestionamiento de mi lugar en el mundo, un tener que tomar decisiones que no me resultaban nada fáciles, algunas pérdidas muy fuertes para mí. Por no hablar del cierre de mi infancia que había llegado con la muerte de mi padre, el cierre de la casa de mi infancia y la creación definitiva de mi hogar en Madrid, que luego fue nuestro. Aún me acuerdo aquella «fiesta de los libros» con mi gente de Madrid.

Y aquí estoy, él cumple 18, anda separándose y tomando sus primeras decisiones que siente adultas, aunque aún le quede muuuuucho por aprender 😉 y yo vuelvo a reconstruir nuestro hogar. Celebraremos sostenidos. No será como imaginé en algunas cosas. Pero será. Y estaremos bien.

Y yo siento que ando surfeando la ola que está siendo este 2024 con dignidad. Confío. Y lo hago desde la consciencia, aunque me sienta frágil y conmovida.

Gracias por seguir aquí, al otro lado de estas líneas.
Pepa

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