La memoria corporal

18 abril 2024

En las últimas semanas este concepto está volviendo a mí una y otra vez. En mi vida personal, en las reuniones con amigos, en mi vida profesional. No se trata sólo de las «tripas» de las que hablo una y otra vez sino de la memoria. De recordar. Recordar sin saber, sin ser consciente, sin memoria. De esa memoria que se construye en los detalles de cada día, en esas caricias, en el olor de la comida de nuestro hogar, el sonido del mar o el viento en las ventanas, de la sombra del bosque o el olor del azahar. Es esa memoria la que nos constituye, la que genera nuestro «edificio«.

Conforme pasan los años esa memoria se hace cada vez más presente. Al menos a mí me pasa. Ya no quieres grandes teorías ni vivencias espectaculares, sino esa ternura de quien te abraza y se deja abrazar, ese sol entrando por mi ventana, esa mirada que habla sin hablar. Esa sensación de hogar se vuelve más diáfana, tanto cuando la sientes como cuando está ausente. Y ves cómo las personas, cómo yo misma, nos colocamos de forma diferente cuando nos sentimos en casa. Sientes cómo la mirada y los gestos cambian. Y es algo tan sutil, tan pequeño que hace falta saber mirarlo para verlo. Y no es algo que suceda necesariamente en nuestras familias solo ni en nuestro hogar de infancia. Es posible sentir el hogar muy, muy lejos de casa.

A veces hay personas que son tu memoria. Me siento frente a ellas y siento que me veo a mí misma. A veces hay grupos que llevan tiempo encontrándose que tienen su propia memoria. Y luego veo cómo mi hijo ha incorporado esa memoria, cómo quiere a personas porque ha aprendido a quererlas a través mío. Y al contrario, cómo hay personas que le quieren sólo por ser mi hijo como las hubo que me quisieron a mí y a mis hermanos sólo por ser hijos de nuestros padres. Porque la memoria del amor permanece. El amor vence a la muerte siempre. Es lo único que permanece. Eso lo aprendí hace ya tanto tiempo que es como si lo hubiera sabido siempre. Y la memoria del amor hace que las personas que has amado sigan presentes en los pequeños detalles de tu día a día, incluso cuando se han ido.

A veces siento que todo esto se nos olvida demasiado fácil, que no nos damos cuenta de que son los pequeños gestos los que configuran el alma de las personas, cómo cada detalle que damos o que privamos deja memoria. Porque al final somos nuestra memoria, como alguien dijo mucho antes que yo. Y somos memoria de amor, tanto cuando está presente como cuando falta. El abandono es la peor de las heridas, el más profundo de los traumas, porque deja a la persona sin mirada desde la que existir, sin memoria corporal. La ausencia priva de esa corporeidad justamente, deja sin olores, sabores, caricias y sonidos. Y las personas se pasan toda la vida buscándolos hasta que aprenden a recibirlos de otras miradas y otras presencias.

Somos aquello que somos capaces de construir partiendo de lo que nos dieron. Si tuvimos suerte, lo que nos dieron fue presencia, cuerpo, mirada, caricia. Pero no siempre ocurre. A veces llegamos a una vida de frío, ausencia y falta de mirada, entonces algo muy profundo se rompe. Y las personas viven con ansia. No hay paz, hay ansia. Y duele. Y da mucho miedo. Y quienes no conocen el frío no pueden enjuiciar, ni decirles a quienes crecieron en él que deben perdonar, que deben amar, que fue lo que les tocaba o lo que eligieron. Todo eso son distintas formas de negligencia y de maltrato hacia quienes no pudieron elegir. Y ahí me sale mi vena guerrera para decir: un poco de respeto al frío, que hiela por dentro.

El otro día en una conversación de mi hogar madrileño hablábamos de cómo las clases sociales para mí se parecen y se crean en realidad desde esa memoria corporal. Crecer en un pueblo en contacto con la tierra y la naturaleza no es lo mismo que crecer en la ciudad, ni que emigrar del pueblo a la ciudad. Crecer en un edificio enjambre como los llamo yo, esos edificios altos de mil pequeños pisos con poca o nula distancia los unos de los otros donde en realidad se crea un microsistema de paredes de papel. Cómo no es lo mismo crecer en una casa con terraza y con horizonte que ver al vecino de enfrente. En la conversación me acordaba de algo que decía a menudo mi madre: «hay mucha gente que confunde la clase con el dinero». ¡Lo que nos dio de sí definir lo que es «tener clase»! Y tantos otros ejemplos. Al final el entorno donde crecemos configura nuestra memoria corporal y cuando cambiamos de lugar se generan nuevas memorias corporales, nuevos sabores, nuevos olores, pero no tienen la capacidad de retrotraernos casi de forma automática a la infancia porque no estaban cuando nuestro edificio se gestó.

En fin, que ando a vueltas con mi propia memoria corporal, recuperando cosas que creía olvidadas o que formaron parte de mi infancia sin yo recordarlo. Releyendo papeles de mis padres, diarios de mi infancia… Y como estoy en eso, la memoria corporal me llega también en otros espacios. Y quería dejarla aquí también, ya que este espacio, aunque no huele ni sabe a nada, sí es parte de mi hogar.

Pepa

3 comentarios a “La memoria corporal”

  1. Pepa, este espacio sí huele , sí sabe. Huele a ti,sabe a ti. A ti. Sabe y huele a honestidad, a coherencia, a compromiso, a entereza, a cuerpo, a vida latiendo dentro de una red tejida con muchos y diferentes colores. Abrazos. Carmen T.

  2. Gracias Pepa por compartir tu sentir!

    «Porque la memoria del amor permanece. El amor vence a la muerte siempre. Es lo único que permanece».
    «Y la memoria del amor hace que las personas que has amado sigan presentes en los pequeños detalles de tu día a día, incluso cuando se han ido.»

    Leerte siempre es un placer y siempre llega en el momento justo!
    Un abrazo!
    Azahara H

  3. Siempre he dicho que si fuera posible me encantaría meterme en la máquina del tiempo y revivir un día de primavera después de la lluvia por las calles de mi pueblo, pero de mi pueblo cuando yo tenía 7 u 8 años, y con unas piernas largas casi recién estrenadas bajaba corriendo mi calle dando grandes y poderosas zancadas que me hacían sentir la alegría del vigor y de la longitud de mis piernas y luego refrescar todos
    los olores y colores de las calles de tierra con las marcas recientes del aguacero en forma de hendiduras de agua más o menos anchas que yo iba saltando como si fueran los ríos de la geografía que estudiaba en la escuela….
    Ahí se gestó mi edificio y noto cómo cuando en cualquier viaje encuentro todavía pueblos que guardan parecido con el de mi infancia la nariz y los ojos se me activan deleitándose al revivir esas sensaciones.
    Carmen S.

    Besos Pepa

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