La piel habitada

31 diciembre 2023
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Érase una vez…

Un lugar frente al mar donde las personas nacían sin piel, casi, casi transparentes. En los cuerpecitos de los bebés se reflejaban el sol, las praderas, las calles de piedra y la espuma del mar que bañaba aquel lugar. Guardaban su luz. Eran hermosos, llenos de reflejos de colores infinitos.

Sin embargo, a menudo las madres y los padres, cuando recibían aquellas vidas nuevas, se asustaban de tanta belleza. No por la belleza sino por la fragilidad que implicaba. Miraban embelesados tanta hermosura y al mismo tiempo se preguntaban cuándo o qué la haría romperse.

Muchos de ellos encontraban en la memoria de sus propios cuerpos la receta ancestral que tejia la piel de los bebés de aquel lugar que no era otra que las caricias. Y desde el primer momento veían cómo sus caricias y sus abrazos iban creando una fina capa protectora del cuerpo de sus bebés.

No era una capa muy gruesa, así que no impedía las heridas que a veces la vida ponía en sus caminos. Por eso, casi todos los bebés que crecían acariciados, traían también algunas costras y marcas en su piel. Pero se convertían en personas que abrazaban y se dejaban abrazar, que temblaban con la risa y con el llanto, que cuando tenían miedo se tomaban de la mano porque sabían que la piel se hace más fuerte en contacto.

Pero no todos los padres y madres tenían esa memoria en sus cuerpos. Algunos se asustaban tanto que trataban de no tocar a sus bebés, con miedo a quebrarlos, a quitarles su luz o a llenarles de los reflejos de sus noches. Otros, asustados, los escondían en sus casas para que el viento no los hiriera. Algunos los entregaban al mar pensando que no les pertenecía tanta belleza.

Y aquellos bebés crecían aprendiendo a ocultar su luz. Lo hacían haciéndose grandes, cubriéndola de un caparazón que permitía resistir las tormentas. Sus cuerpos guardaban heridas que parecían accidentes. Podían caminar las montañas con frío y buscar alimento donde otros se paralizaban. Era muy ágiles, salvo cuando estaban cerca de otras almas. Entonces su caparazón se volvía rígido y torpe.

Otros aprendían a esconderse. Se quedaban quietos, casi como si no temblaran, esperando que el reflejo de su luz no se deshiciera al contacto con el aire. Se escondían detrás de libros y pantallas, porque ninguno de los dos amenazaba su cuerpo sin piel. Guardaban su alma impregnada del miedo de sus padres.

Pero no hay historia sin magia, ni belleza sin alquimia. Y algunos de aquellos bebés, al hacerse mayores, decidieron ser valientes con miedo. Eligieron el gozo y el sufrimiento.

Una mujer valiente había escrito hace tiempo que «todo lo que cura es agua salada: las lágrimas, el sudor y el mar». Así que aquellos niños y niñas escondidos en cuerpos de hombres y mujeres transparentes decidieron buscar su propia piel.

Empezaron por ir al mar. Y los que habían crecido escondidos descubrieron que ni el mar ni el aire los dañaba. Sintieron su cuerpo calentarse con los destellos que el sol dejaba en ellos y vibraron con la caricia del agua. A veces, mientras nadaban, les parecía increíble que su cuerpo no se deshiciera en el agua como temieron que pasaría. Y, en algún que otro instante, llegaban a sentir que tenían piel.

Respecto al sudor, ése era el fácil, ya lo conocían y sabían lo que escuece. Algunos de ellos lograban corriendo, haciendo deporte y ejercicio sentirse contenidos en su cuerpo.

Pero quedaban las lágrimas. Los bebés que habían crecido acariciados sabían de sobra que las lágrimas no son un problema, muy al contrario, porque llorar les traía refugio y caricia. Pero para aquellos bebés que no fueron tocados, las lágrimas suponían el terror de deshacerse. Tenían la sensación de que si empezaban a llorar, todo su ser se desharía fuera de ellos y su control.

No todos los cuentos tienen un final feliz. Al menos no siempre. Porque hace falta mucho valor para llegar al final feliz.

Y el final de nuestro cuento es que algunos lograban llorar. Pero no todos. Lo hicieron aquellos que encontraron el abrazo donde llorar. Ese abrazo que, palmo a palmo, fue devolviéndoles las caricias necesarias para deshacer caparazones o para romper parálisis. A veces era el abrazo de otros padres y madres. Pero casi siempre era el abrazo de otro niño o niña que, ya de mayor, había hecho su propio camino para recuperar su piel.

Porque ésa era la magia que escondía aquel lugar. No era una magia obvia ni común. Pero estaba ahí. Era la magia de los abrazos, las caricias, las manos tendidas sobre el mar. Incluso en medio de la tormenta.

Y al dejarse abrazar, sus cuerpos más grandes o más pequeños, más altos o más bajos, más gordos o más flacos, se recubrían de piel. Y su piel se convertía en un mapa. Un mapa sutil y hermoso lleno de destellos de mar que sólo quien acaricia puede descifrar.

Pepa, el último día de mi inolvidable 2023

8 comentarios a “La piel habitada”

  1. Sublime, de lo más hermoso que he leído Pepa. Transmite Amor en todas sus sílabas, ternura, acogida, aceptación, entrega, muestra a través de la belleza de un cuento muestra como el potente motor del amor y de las caricias son fuente de transformación y crecimiento personal Es un bello hijo de tu mente y tu corazón. Mil gracias por compartirlo Pepa.

  2. Gracias a ti, Mónica, por tus palabras que me emocionan abrazo grande!

  3. Que maravilla de texto Pepa, tan sensible y tierno…has hecho magia con las palabras, explicando con belleza el trauma y el poder sanador y mágico del amor…gracias!

  4. Gracias a ti por tus palabras y abrazo grande!

  5. Uff.. cuanta agua salada derramada.
    Pero caramba, he conocido toda una multitud en el mar y me he enriquecido, en experiencias y amistades, y hasta mi piel se ve más hermosa.🥰

  6. Tú piel es un mapa hermoso, amiga mía y abrazarte es uno de los regalos que la vida me ha dado. Gracias!

  7. Pepa, siempre me maravilla tu capacidad de trasladar a palabras, aquello que parece solo alcanzable a la emoción vivida, pero esta vez, trasciende la belleza…Llega a la piel.
    Gracias por tal regalo.

  8. La emoción es compartida, como el cariño que nos une. Abrazo inmenso!

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