Qué educación quiero para mi hijo

7 abril 2013

La educación es uno de los ejes que sirven para dar coherencia al relato mi vida. Explica mi forma de ser y de actuar a lo largo de los años.

No sólo por la familia en la que crecí, con unos padres de una riqueza cultural, humana y educativa fuera de lo común. Me acuerdo, por ejemplo, de las comidas de mi infancia. Ese momento en el que no sabías el significado de una palabra y tus padres te decían: «búscala». Y entonces te girabas sin moverte de la silla, porque a tu espalda, a unos centímetros de ti cogías el tomo de la enciclopedia correspondiente y buscabas el significado de aquél vocablo. Podías hacerlo porque el hogar de mis padres era un hogar cuyas paredes estaban cubiertas de libros. Y no es una expresión simbólica, sino literal. No había paredes más que en la cocina y en los baños. Los pasillos, nuestras habitaciones, el salón, la entrada…todo eran libros del suelo al techo, además de armarios, juguetes y cosas de casa. Justo ayer le explicaba a mi sobrina en qué consistía uno de los trabajos de su abuelo, aquello de «crítico literario».

Así que el conocimiento, la búsqueda, la educación y la cultura fueron, para bien y para mal, parte de mi infancia. Lograron inocularme el gusanillo de la curiosidad, la lectura, el afán por saber, el cuestionamiento personal constante, la conversación sin límite, la ironía…todo un universo que se podría resumir en la NECESIDAD DE APRENDER.

Luego llegaron mis opciones personales. Pensé estudiar pedagogía y luego psicología, pero a última hora cambié el orden, y empecé psicología con la intención de estudiar después pedagogía. Nunca lo hice. Pero durante mi licenciatura me preparé para hacer un doctorado y dar clases en la universidad. Y la vida, siempre tan inesperadamente maravillosa, me llevó a dar clases en universidades de distintos países, pero no como profesora ni teniendo una tesis doctoral. Todo un camino profesional que me llevó a la NECESIDAD DE ENSEÑAR.

Y para rizar el rizo, llegó mi hijo y me hizo madre. Y entonces la educación reapareció en mi vida de una forma muy diferente. Ya no se trataba de enseñar, sino de formar una personita, de acompañarle en el camino de su vida, de aprender de él y transformar mi ser desde mi IDENTIDAD DE MADRE.

Y en ese proceso, tomé contacto con el sistema educativo como madre, no sólo como profesional. Tenía claras cuáles eran mis opciones de vida para criar a mi hijo, ya las he contado en otros post: el amor, la alegría y el valor. Pero y del sistema? Plantearse no sólo en genérico que me gustaría que el sistema educativo brindara a los niños y niñas, sino mucho más visceral: qué quiero del sistema para mi hijo.

Este fin de semana he tenido una de esas conversaciones «marca Horno» con mi hermano y un amigo suyo en la que les contaba cuáles eran las cosas que quería que formaran parte del proceso educativo de mi hijo. Y al acostarme pensé que merecía la pena contarlas aquí.

Lo primero que quiero para mi hijo es que SE SIENTA AMADO. Quiero que se levante y se acueste con la certeza absoluta de ser amado. Y no porque se lo plantee, o lo sepa, sino porque lo sienta, porque el amor sea para él una vivencia cotidiana innegable tejida de besos, abrazos, palabras, caricias, límites y tiempo de entrega.

Comentábamos en la conversación que para muchos esta primera dimensión se da por hecha, parece obvia cuando se trata de los hijos. Pero mi experiencia en los talleres habla de que es una tarea mucho más pendiente de lo que parece. Muchos padres y madres quieren a sus hijos, pero no logran que ellos se sientan queridos. Porque para lograrlo hace falta tiempo, sutileza, presencia, pero sobre todo creo que hace falta dos cosas primordiales: no tener miedo a mostrar la propia vulnerabilidad y tener una experiencia propia de haberse sentido amado.

Y en ese sentirse amado meto un elemento esencial, que es el disfrute, el placer y la risa. Quiero que el proceso educativo de mi hijo en casa y en su escuela le haga disfrutar, reír, gozar, y preguntarse cuántas sorpresas más podrá descubrir como aquellas. Quiero que la colcha guatemalteca que compré para su cama cuando estaba esperando llene de colores su vida, que la luz del ventanal de su habitación le lleve el sol a su cara, que las canciones que cantamos y bailamos cada mañana se le queden dentro…porque ésa es la base de la alegría. Sentise amado para mí no es sólo sentirse amado por las otras personas sino también por la vida. Sentirse mimado por la vida.

Después, quiero que mi hijo sea capaz de ADAPTARSE AL CAMBIO Y A LA DIFERENCIA. Espero ser capaz de criar un hombre con apertura mental, que sea capaz de integrar visiones diferentes del mundo: culturales, religiosas, sociales, individuales. Que se dé cuenta de que nuestra forma de ver la vida, la suya y la mía, no es más que una de las posibles, ni la mejor, ni la más válida, sólo una de ellas, la que él elija y asuma como propia. Un hombre capaz de viajar, de comer y dormir en cualquier lado, de contemplar con asombro y agradecimiento cada novedad que la vida le traiga, que tenga curiosidad, que escuche arrobado, y no desde el rechazo o el miedo, cuando alguien diferente le muestre su intimidad…

Estoy convencida de que ésa y no otra será la clave para los adultos de este siglo XXI, la capacidad para integrarse en diferentes contextos sociales, geográficos, culturales o económicos. No sólo en el ámbito personal, sino en el laboral el mundo al que vamos demanda de mi hijo esa capacidad. Y yo siento que el mundo es grande y hermoso y conocerlo y vivirlo un privilegio que no podemos perdernos cuando tenemos la oportunidad de hacerlo. Hay millones de personas que no tienen esa oportunidad. Pero sobre todo honrar agradecido las diferentes oportunidades que te va dando la vida.

Pero esa capacidad de adaptación se aprende, otra vez más, a través de la vivencia. Intuyo que es difícil aprenderla haciendo las mismas cosas todos los días en los mismos sitios y a la misma hora. Educamos a los niños en el miedo: no salgas, no hagas, no te arriesgues, y si…Hacemos maletas enormes para cada mínimo viaje basadas en el «por si pasa eso, por si necesito aquello» y al final vuelven intactas, sólo que han condicionado nuestra forma de vivir.

La tercera es la CAPACIDAD DE ESFUERZO, de trabajo, de estructura, de disciplina, pero no de la de fuera, sino de la interna. Quiero que mi hijo sea un hombre que cuando desee algo, trace un plan para intentar lograrlo, que no se resigne a no lograrlo o se conforme. Quiero que pueda resistir el dolor cuando llegue y sepa buscar la ayuda de los demás cuando flaquee, porque siento sin duda que ésa es la verdadera fortaleza interior: saber pedir ayuda a tiempo. Quiero que mi hijo sueñe, pero no sólo con la meta final sino con el disfrute del camino.

Porque sé lo cruel que puede ser la vida, sé cuánto puede llegar a doler y a golpear. Por eso sé que hay que saber gozar el disfrute del que hablaba cuando hablaba de sentirse amado, pero también hay que poder atravesar el desierto del sufrimiento cuando llega. Porque si no, mueres en él, parte de tu alma sucumbe y deja heridas con las que la gente se acostumbra a vivir siempre.

Y por último, quiero para él CONOCIMIENTOS. Claro que quiero que mi hijo aprenda a leer, o a sumar o multiplicar. Pero porque leer es un placer (yo me siento amada por los escritores que escriben historias maravillosas que alimentan mi alma, o por los pintores, o los artistas), porque te abre la mente, te lleva a viajar a lugares que nunca pudiste imaginar, te enseñar a soñar, y también te enseña a esforzarte, porque tienes que ir letra a letra, palabra a palabra, frase a frase. No hay manera de saltarse renglones si de verdad quieres conocer la historia completa. O sumar o restar, pues claro que quiero que mi hijo pueda prestar y devolver, pueda recibir, pueda pagar con dinero o sin él, pero pueda aprender la reciprocidad, que es un elemento clave de las relaciones humanas que se plasma de una manera curiosa y extraña en las matemáticas.

El saber, el conocimiento te transforma. Como me dijeron una vez hace mucho tiempo: «sólo hay dos cosas que no tienen remedio: la muerte y saber algo, porque cuando lo sabes ya nunca puedes hacer como que no lo sabes» Pues es algo así, el conocimiento transforma. Y como madre, lo quiero para mi hijo.

Y seguro que hay más cosas que quiero para él. Pero en estos momentos en los que se está debatiendo una nueva ley de educación que se estructura en torno al presupuesto de que la educación tiene que preparar para la libre competencia…pienso, cada vez con mayor diafanidad porque a la perspectiva de profesional se une la experiencia de madre, que estamos equivocando el rumbo. Todo lo que acabo de escribir queda en gran medida fuera del sistema. Y es en ese sistema en el que mi hijo va a crecer.

Y a mí tan sólo me queda mi margen revolucionario de madre. Ni más ni menos. Como escribí en mi entrada anterior: un margen pequeño pero diáfano. Sin olvidar que no tiene más valor que ser el mío.

Pepa

5 comentarios a “Qué educación quiero para mi hijo”

  1. olé!

  2. Sentido común…simplemente genial.

  3. Blog de Pepa Horno » Qué educación quiero para mi hijo, me ha parecido muy insteresante, me hubiera gustado que fuese más extenso pero ya saeis si lo bueno es breve es dos veces bueno. Enhorabuena por vuestra web. Besotes.

  4. Dame tiempo 😉 La experiencia que estoy viviendo este año con el sistema educativo creo que acabaré plasmándola en algo más largo, quién sabe! Pero me alegro de que al menos el principio te suene bien 😉
    Un abrazo,
    Pepa

  5. Yo quiero lo mismo, intento con mis hijos reflejar esos valores pero el sistema está ahí y en ocasiones, como los salmones vas contra la corriente. Menos mal que te asombra cuando hablas con ellos y te dicen: mamá si ya sabemos qué es lo importante pero es que aún somos niños … ja!

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