Mi geografía en una carretera
Hoy he recorrido de nuevo, ida y vuelta, la carretera que une mis dos «yo», al menos los dos más importantes. Viajaba para abrazar a mi querido profe de geografía. Uno de esos educadores de voz firme y corazón tierno del que ser amiga te hace mejor persona.
Iba sola en el coche y la soledad de los viajes es un tipo distinto de soledad. Siempre me he asombrado del miedo que tiene mucha gente a viajar sola, cuando es justo entonces cuando la experiencia te cala con mayor fuerza y tu corazón se abre de par en par. Supongo que precisamente por eso lo temen. Y es que ocurre siempre, aunque como me pasaba hoy, hayas hecho el viaje cientos de veces.
Y no es una exageración. Hace veintiún años, septiembre de 1991, que me vine desde Zaragoza a vivir a Madrid. Y desde entonces habré recorrido esa carretera como mínimo una vez al mes, cuando no dos y tres, como me ha sucedido este mes. Veintiún años a una ida y vuelta por mes hace una media de quinientas cuatro veces. Las primeras. Porque no cuento las escapadas a cenar, a una fiesta, a dar un abrazo dolorido..mucho antes de que hubiera ave.
Así que en mi soledad venía pensado en el bálsamo que esos kilómetros han supuesto casi siempre para mí. De hecho, ahora con la velocidad del ave, tan maravillosa para otras cosas, en esto me resulta como despertarme en medio de un sueño maravilloso. Va tan rápido que no puedes deleitarte en el viaje. Casi no puedes ni leer el periódico y ya has llegado, como para sentir, pensar o elaborar!
Porque esa carretera..cada vez que la recorro me alejo de uno de mis «yo» para llegar al otro. A un lado, mi pasado que sigue vibrando como presente, incluso en sus ausencias. La ciudad de mi padre y en la que mi madre se enamoró. La ciudad de mi niñez y la de mis hermanos. La ciudad en la que están creciendo mis sobrinos. La ciudad de esos amigos cuyo abrazo no necesita palabra ninguna, porque estuvieron desde el principio, porque te conocen, han crecido en la misma burbuja que tú. Y en mi historia además, amigos que compartieron los peores dolores. Ellos compartieron el dolor de la enfermedad y muerte de mis padres en cada pequeño momento. Conocen mi historia. Pero sólo viven parcialmente o en relato mi presente. Por eso el viaje al mes, una opción consciente para que todo eso siga formando parte de mi presente, y del de mi hijo.
Y en el otro lado, mi presente. La ciudad de mi hijo. La ciudad donde me formé y crecí profesionalmente, donde creé mi hogar. La ciudad que amé y elegí, a pesar de sus precios diarios. La ciudad de mis otros amigos. Esos que conocen mi presente. La persona que he logrado llegar a ser y que me han ayudado en el día a día a llegar a ser. La ven en el día a día, y la comparten, y al mirarme en ellos me siento en mi lugar, en el lugar que quiero estar. Aunque tan sólo puedan intuir de donde vengo, la otra ciudad.
Y a esas geografías se unieron muchas otras. Y con esas otras geografías, llegó más gente amada. Pequeños pedazos de mí que sólo encuentro cuando veo un atardecer en mis illes Balears, o camino Barna, Toledo, París, Venecia o Londres. A veces te encuentras en tierras que sientes que fueron tuyas sin tú saberlo, porque lo fueron de tus ancestros. Como me sucede con Euskadi, la tierra de mis abuelos y mi madre, aunque sea ya de adulta, a través de ojos amados, cuando la estoy descubriendo. Me ocurre cuando ceno con mis amigos galegos, o cuando me baño en rincones escondidos del norte asturiano..y luego mucho más allá cuando camino por Buenos Aires o tomo un café en Bogota o viajo la Patagonia o siento los andes bolivianos, o a la orilla del mekong…
Viajar es un privilegio. Eso pensaba hoy. Pero también es un riesgo. Porque cuando sales de una ciudad, de la primera, de la segunda…de la que sea…sabes cómo sales pero no cómo regresarás. Sabes que la que regresa ya no puede ser la niña que se fue, o la mujer que se fue. Es diferente. Cuando sales de un lugar, dejas de ser de ese lugar pero tampoco eres ya de ningún otro, o pasas a pertenecer a ambos, a crear una especie de caleidoscopio de geografías, de esas que tanto le gustan a mi amigo el profe.
Porque una parte de ti se quedó en las esquinas de aquellas calles y en los abrazos de esos amigos. Pero cuando regresas, sabes que ése ya no es tu hogar. Tu hogar está junto a tu hijo, en vuestra casa que es la única que sientes ya como hogar, con esa red de amor. Pasaste, como tanta y tanta gente, de la ciudad de tus padres a la ciudad de tu hijo. Y ambas son tú. Y elegiste tu propio puerto al que volver.
Iba viendo avanzar los kilómetros y los pueblos, cada uno con una historia dentro de tu historia: la muela, la almunia, calatayud, medinacelli, alcolea, siguenza, guadalajara…o en el orden inverso, guadalajara, sigüenza…y pensaba que ya no puedo explicarme a mí misma si no es en esa carretera, y en muchas otras, y en las que están por venir, porque intuyo que habrá más.
Y entiendes a la gente que no quiere salir, o que elige volver para sentirse completo, completamente de unas calles y un lugar, como le pasaba a mi padre, y le pasa a mucha gente que amo. Pero no a mí. Yo ya no soy enteramente de ningún sitio, salvo de la mirada de la gente que amo. Estén donde estén. Es el único lugar en el que me reconozco. Y hoy he tenido miradas-hogar al salir y al llegar, y al salir de nuevo y al llegar de nuevo.
Pero no siempre fue fácil. No es sencillo no pertenecer a un lugar, cuando todos se empeñan en decirte que tienes que sentirte de ahí, cuando la gente te pregunta «Y tú, de dónde eres?». Cuando no te gusta lo que dejas, pero lo sientes como tuyo, o cuando te gusta tanto que partir se vuelve herida.
Y al final, ya casi a punto de mirarme en los ojos de mi hijo, sólo podía pensar en la suerte que tengo, porque mi carretera, al menos la principal, sólo tiene algo más de trescientos kilómetros. Y hasta un ave para cuando no quiera sentir ni pensar. Los hay que caminan miles de kilómetros para encontrar los ojos anhelados.
Pepa
Pd. La foto refleja una de las cosas que más me gusta del viaje de Madrid a Zaragoza: los cielos que se ven, y está fotografiado sobre uno de los paisajes que me parecen más impactantes de la carretera, los molinos de viento que hay en el municipio de La Muela. Y la he sacado de aqui
Precioso. No dejes de escribir para que podamos SENTIR.
Ups, qué bonito! mil gracias! un abrazo, Goretti
El post es precioso Pepa y su contenido muy, muy interesante. Realmente nuestros diferentes paisajes, los infantiles, los que nos han acompanyado en nuestra juventut y los que ahora estamos viviendo, son los que configuran nuestra identidad.
Como tu tan bien expresas en tu comentario: «Cuando sales de un lugar, dejas de ser de ese lugar pero tampoco eres ya de ningún otro, o pasas a pertenecer a ambos». Es difícil decir más con tan pocas palabras.
¡Gracias!
«A veces te encuentras en tierras que sientes que fueron tuyas sin tú saberlo» Que bonita sensación!, hay que vivirlo para entenderlo. Feliz regreso amiga.
[…] que no habrá palabras en unos días, pero prometo relato después. Aunque sé que los viajes son iniciáticos (sabes como sales, pero no como vuelves). Y éste más. Un antes y un después. Intuyo que volveré […]