Estremecida
Regreso a mi hogar después de una semana en Gracias, una pequeña y preciosa ciudad en la región de Lempira, en Honduras. Me siento al ordenador, sabiendo que una parte de mi alma quedó allí. Una parte tan estremecida como conmovida y agradecida.
Cuanto más profunda es una vivencia, más difícil es describirla, así que voy a hacer un resumen de ráfagas, de imágenes que me llevo, de algunos datos…de vida.
Empiezo por el final. Porque mi última noche en Gracias fue en un velatorio. Y me llevo la imagen de un hombre abrazando a su hijo de ocho años, acunándolo sin hablar. Le acuna el dolor por haber perdido a su hermano mayor. Él, el padre, es un hombre bueno. Bueno con mayúsculas, de esos que una a veces olvida que existen. Un hombre líder en su comunidad, reconocido y querido por la gente con la que trabaja. Un hombre capaz de coger un carro a las tres de la mañana para ir a traerse una niña violada de una comunidad dentro en la selva o de movilizar incluso en contra de los mandatos de su organización recursos para salvar a cientos de niños en estado de desnutrición extremas o de conseguir incubadoras para el hospital del pueblo. Él te dice que tu presencia ha sido providencial para él esta semana porque le diste algunas claves para atravesar el dolor y ayudar a los suyos a hacerlo y le sirvieron. Y tú te preguntas si alguna vez podrá comprender él, su familia y su gente lo que te han dado a ti.
Un niño, su hijo de ocho años, que acaba de ver morir a su hermano mayor por una mezcla de estúpido accidente y falta de medios de salud para atenderle de la que nadie se hace responsable (ni con su muerte, ni con ninguna). Un niño capaz de expresar la despedida en un dibujo que dice: «las puertas ya están abiertas para ti». El dibujo queda sobre el ataud en el velatorio.
Una mujer que camina sin parar. Nunca para. Así no se cae. Va de un lado a otro, ocupándose de todos, pendiente de todo: la comida para todo el pueblo que acude al velatorio, el ponche, los tamales, sus hijos, acariciar de pasada a su esposo hundido, la medicación para la madre…Una mujer que vio asesinar a sus padres con diez años, que fue maltratada y violentada de niña, pero que decidió que iba a lograr sus sueños. Y los logró. Primero, la primaria, la secundaria, el título de enfermera (cinco horas de carro de ida y cinco de vuelta embarazada para poder ir a las clases en fin de semana mientras trabajaba durante la semana), la licenciatura. Ser jefa de la unidad de pediatría del hospital del pueblo, salvar a los niños que llegan a punto de morir de desnutrición. Su marido al que ama y que la ama, sus dos hijos, el tercero que hizo suyo y que ahora entierra. Cuando su marido le dijo: «siempre soñé con una casa de dos pisos, pero no tenemos dinero». Ella le contestó: «la construiremos». Y en ella velan ahora a su muerto.
Una niña, y dos, y tres, y cuatro…así hasta siete. Son las niñas violadas en tan sólo una semana. Pero hay más. Esas son las que tienen nombre, porque son las hijas, sobrinas, hermanas o primas de la gente a la que doy el curso. Hay otras, muchas otras, que no tienen rostro aún. La última, una niña de nueve años a la que han violado de tal manera que muere nada más llegar al hospital diciendo que «me violó mi novio». Porque siempre son los novios, los padres, abuelos, padrastros, hermanos, primos…En cualquier casa, en los caminos a las aldeas en la selva. Y la vergüenza siempre para ellas, porque nadie los hace a ellos responsables. A ellas sí. A ellas las esconden, las sacan de las aldeas, les obligan a tener los niños (de los anticonceptivos la igledia católica y evangélica, abrumadoramente presente en Honduras, ni siquiera habla) y a criarlos solas. Niñas mamás. Mamás niñas. Porque allí tampoco hay guarderías, ni está bien visto dejar a los niños en las guarderías. Así que quien es madre, se va a casa. Y como mucho, cuando el niño empieza prekinder, entonces vuelve a trabajar. Si puede.
Momentos en los talleres que he venido a dar. El último día, cuando ya tanta crueldad, tanto sufrimiento puede contigo y te sientas a llorar frente a una limonada, con otra mujer valiente de las que has conocido en este viaje, a la que tampoco le quedan ya palabras. Una mujer con una vida valiente, con una mujer valiente y con una niña hermosa que nació en la ciudad donde estamos y que ella recogió del hospital de manos de esa otra mujer valiente. Siempre mujeres valientes, algunas de ellas también de manos de hombres increíbles. Así que sólo lloramos, impotentes. Sintiéndonos tan pequeñas ante una necesidad tan ingente. Y sabiendo que a muy pocos les importa.
O unas horas antes, cuando buscando ejemplos para poder trabajar con las familias la autonomía de sus hijos, nos damos cuenta y nos quedamos silenciosos de que no hay nada, absolutamente nada, que los niños puedan decidir en esa sociedad. Ni lo que comer, porque suerte si hay comida, ni si estudiar o qué estudiar, porque apenas unos pocos tienen la dicha de poder hacerlo, ni si trabajar o no porque es parte de la vida, ni si salir a la calle o no, porque los niños salen con los padres y las niñas se quedan en casa. Ni unos pueden quedarse en casa, ni las otras salir. Sólo unos pocos rompen la condena y persiguen sus sueños. Los demás aprenden a ser sumisos, obedecer y callar. Ésa es la pauta de la crianza: «obedece y calla».
Ese momento en que al pensar en un programa de crianza afectiva que complemente la increíble labor que ellos están haciendo de prevención de la desnutrición, enfermedades, discapacidad etc. aldea a aldea en la selva (he ido a trabajar con el equipo de Plan Internacional Honduras en Lempira), nos damos cuenta de que pensamos en todos los derechos para los niños menos en el más importante: el derecho a ser amado, y a aprender a amar. Porque nadie sabe amar si no le amaron antes. Porque la única forma de criar un niño feliz es serlo tú. Pero la felicidad no cuenta, ni siquiera en el enfoque de derechos.
Cada hombre y cada mujer que cuando acaba el taller te vienen a contar sus experiencias de abuso y maltrato de niños, o las cosas que han hecho a sus hijos y que ahora ven de otro modo, y te abrazan o te miran silenciosos. Esos hombres que te cuentan cómo a ellos dejaron de acariciarlos el día que dejaron de ser bebés, y nunca volvieron a recibir una caricia hasta que se emparejaron. Y cuánto lo han añorado.
Una mujer que se levanta en una conferencia y dice «yo fui la primera mujer médico en Lempira hace 32 años y no pueden imaginar lo que yo sufrí para serlo» Y yo recuerdo a mi madre. Y a todas las mujeres que decidieron no renunciar a sus sueños. Y lo que nos han brindado. En la misma conferencia hay otra mujer que hace un discurso increíble que comienza diciendo «yo apenas logré acabar la primaria pero…» Y acaba diciendo «pero ya no me voy a callar».
Un niño que me pregunta en esa conferencia: ¿Por qué son tan discriminadas las niñas y las mujeres? Y yo le digo. «No lo sé, pero quizá se me ocurren tres cosas: porque es fácil, siempre es más fácil gritar que hablar, imponer y violar que amar. Segundo, porque los hombres tienen miedo, miedo de mirar a la mujer de frente, (y también las mujeres tienen miedo de mirarse a sí mismas) y tercero, porque es cómodo dejarlas en casa: menos escuelas, más trabajo a repartir entre menos gente, y la comida hecha al volver.
Y me vuelvo en el vuelo, a ratos durmiendo, a ratos llorando, y siempre deseando abrazar a mi hijo. Y pienso en el tipo de hombre que será él. Y en los hombres que he conocido en Gracias, los que decidieron formar parte del cambio, y acunar a sus hijos, y acariciarles como no lo hicieron con ellos, hacer fotos hermosas y enseñar el bosque húmedo o hablarles de anticonceptivos a los niños en sus clases aunque sean teóricamente de matemáticas. Porque sí. Porque es su tierra. Y su vida. Y a nadie más les va a importar lo suficiente.
Sólo puedo añadir: a mí sí. Sé que muchos de los que leerán este texto no sabrán ni dónde está Gracias, y muchos de los que viven allí no llegarán a leerlo. Pero a mí sí me importa.
Gracias de corazón a cada protagonista de este relato. Un corazón que esta noche está estremecido.
Pepa
Gracias Pepa, por ese estremecimiento, porque los que te conocemos sabemos que después de esa tristeza, seguirás sientiéndote niña, mujer, humana poniendo palabras, energía y lucha para que nos contagiemos de tu estremecimiendo y sintamos.
Ese sentir en cada uno de los que estamos cerca de ti, estoy segura que se transforma «en un ver» que nos moviliza.
Estoy agradecida a la vida por haberte encontrado en mi camino y aprender de tu hacer , de tu sentir, de tu existencia.
Hoy como siempre me ha llegado a lo más hondo de mi corazón tu post… pero hoy, si cabe, me ha llegado un poquito más porque yo sí sé dónde está Lempira, donde esta Honduras, como respira alguna de su gente… compartí, hace ya bastante tiempo, mis horas y mis sueños durante 4 meses con ellos… y cuando te leo, el tiempo, ese tiempo con ellos vuelve. A esa hermosa tierra y a sus gentes, gentes que me dijeron que Tegus (Tegucigalpa, la capital) tenía «buen lejos» porque desde lejos se veía bonita con sus montañas, su verde y sus poquitas lucecitas encendidas en las noches… pero que tiene eso «buen lejos» porque cuando te acercas ya no es tan bonita… aunque para mí siempre será preciosa por la gente que hay en ella y por lo que aprendí y por cómo me guiaron en parte de lo que soy ahora… para mi siempre va un antes y un después de aquel viaje a Honduras.
MIL GRACIAS, PEPA!
Muchas gracias por este relato Pepa, me hace más fuerte en mi convicción de trabajar por los derechos de las niñas y los niños! De vez en cuando es bueno recordar lo positivo de la justicia social y económica (no siempre perfecta) del que gozamos en algunas partes del mundo. Gracias de nuevo!
He leído varias veces tu post. He intentado diversas veces escribir alguna cosa. Y no he sido capaz de expresar lo que he sentido al leerlo. El dolor de ese hermano, esa madre y padre luchadores, la injusticia de una muerte quizás evitable… Siete niñas, porqué sabes quienes son, pero quizás, seguro, hay más que han sido violadas en una semana.. Miro la bella foto que has puesto en el post y me pregunto cómo es posible que en un sitio tan bello se genere tanto dolor… A la vez también me admira que en medio de tanto dolor, de tanta injusticia haya personas con esa capacidad de salir adelante, con ese coraje y esa voluntad de crear un futuro mejor.. No conozco Gracias, pero si conozco otros lugares con historias similares. Gracia Pepa por dibujarlos, por traerlos nuevamente a nuestra mente…
Maria
Y luego una piensa que ha vivido cosas!! Estos si son experiencias, y suerte que se pueden conocer aunque sea través de otros. Besos Pepa.
Me emociona tu post, me emociona porque comparto contigo el camino que hemos decido en esta vida, yo también trabajo en violencia y me emociona saber como tu trabajo incide en la vida de las personas y como dejas semillas en tierra fertil, a través de tus libros y conferencias logras contagiarme tu pasión y dedicación por este trabajo tan duro y difícil.
Que trabajo tan importante realizas Pepa, mi admiración para ti.
Gracias por cada uno de los comentarios. Escribir este post para mí fue una necesidad, una forma de «coser» jirones del alma. Viajes y personas como las que protagonizan este post son las que dan sentido a lo que hago. Y a cómo lo hago.
Gracias1
Pepa
Pepa
Gracias por tu publicación, realmente…La palabra ESTREMECIDA, refleja no solo lo que tu alma se llevo, también lo que quedo en «nosotros» -los que tuvimos la oportunidad de compartir esa semana contigo- estremecidos de los que dejamos de hacer por desconocimiento y por muchas otras razones.
Gracias por hacer de esa semana en Gracias un espacio para aprender, para reflexionar, para estremecernos, para reinvindicarnos, para ser mejores y para fortalecer nuestro compromisos con los niños y niñas de nuestro país.
Un abrazo
Paty
Gracias, gracias, gracias.
Fue un regalo inmenso.
Un abrazo para todas y todos muy muy apretado,
Pepa
Gracias Pepa eso nos motiva tanto y nos hace pensar lo especial que fue la visita, gracias por ese trabajo increible que haces, eres espectacular un abrazo desde Honduras, Gracias
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