Sus siete y su luz
El sábado mi hijo cumplió siete años. Y nosotros seis de familia. Mi hijo llegó a casa justo el día de su primer cumpleaños, uno de esos elementos mágicos de la vida de los que hablaba el otro día. Así que cada vez que celebramos su vida, celebramos el regalo inmenso que la vida me hizo convirtiéndome en su madre. Celebramos su felicidad, pero también la mía. Inmensa dicha.
Y han sido unos días llenos de luz. El sábado salió un día radiante en Madrid, uno de esos días de invierno con sol que yo adoro, son mis favoritos. Mi hijo dijo: «mami, es mi cumpleaños, no quiero comer en un sitio cerrado lleno de gente». Así que nos fuimos al retiro con sus tíos. Y allí pasamos el día, con los pavos reales, el palacio de cristal y su magia, las pompas de jabón gigantes, las cuerdas para saltar..magia. Comimos en una terraza al sol, tanto sol que José se quejaba del calor que hacía, y nos quedamos en mangas de camisa. Y caminamos más y él pudo tirar una y otra vez su peonza nueva. Después cenamos con sus tíos y sus primos, hicimos la tarta y agotamos el día con el único pesar de no haber podido estrenar sus maravillosos patines nuevos.
El domingo volvió a salir el sol. Y de nuevo celebramos en un patio al aire libre comiendo paella y perritos calientes con veintitres niños y más de treinta adultos, un mago, un payaso y unos olivos maravillosos que soportaron estoicamente a los niños subidos encima. Otro regalo imposible de describir. Todo el amor que nos rodea a mi hijo y a mí, que nos sostiene, que nos cobija.
Ha sido un cumpleaños lleno de luz. Y de amor. Y cuando pienso en mi hijo, es justo eso lo que ha traido a mi vida: luz y amor.
No es que no haya batallas, de hecho apenas tres días después, la peonza ya está requisada temporalmente 😉 Pero los patines los estrenamos, el pijama también, vamos leyendo los cuentos, toca montar los aviones…será por regalos. Más amor.
No sabía si contarlo aqui, al fin y al cabo iba a parecer lo que soy: una mami a la que se le cae la baba con su hijo, por mucho que algunos ratos me agote o me desespere.
Pero hoy alguien me ha recordado algo que tiene que ver con la luz y con el amor, y eso me ha hecho decidirme a escribir. Me ha recordado de un modo mágico que mi opción por la vida ha estado siempre presente muy dentro de mí, desde muy atrás, desde mucho antes de que José llegara a mi vida. Pude haber elegido la noche, y elegí buscar siempre la luz de los parques. Pude haber elegido quedarme en el dolor, aferrada a él en un vano intento de evitarlo, pero elegí atravesarlo. Puede haber elegido el miedo, pero elegí muchas veces el salto sobre el vacío. Pude haber elegido la soledad, pero elegí amar y también ser madre.
Y cada vez que abrazo a mi hijo, que miro sus ojos y su sonrisa, recuerdo por qué. Y entonces un paseo con él, con mi hermana y mi cuñado por un parque adquiere un nuevo valor. El mismo que recibí y sigo recibiendo de quienes me amaron: el de las cosas pequeñas, el del brillo del sol en las hojas de los árboles, el de las miradas y las caricias…esa parte de la vida a la que sólo se llega optando.
Eligiendo amar.
Pepa
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