momentos

3 octubre 2009
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Hay momentos extraños y bellos en la vida que son los que anteceden a los supuestos momentos importantes de nuestra vida: un nacimiento, entregarse a otra persona o separarse de ella, un cambio de lugar o de trabajo…cada uno tiene sus momentos cumbre.

Y el tiempo que les antecede son esos momentos en los que todo se intuye, se imagina y se desea, pero en lo que también todo es aún posible. Ese vértigo que anida en el estómago, que eriza la piel y acelera el corazón porque no sabes hacia dónde vas, pero sí sabes que quieres y necesitas caminar hacia allí y no a ningún otro lugar.

Los momentos más importantes de mi vida quizá han sido esos en los que he tomado las decisiones, en los que he decidido saltar al vacío, no cuando ya lo he hecho. En esos momentos en los que la vida te da una extraña y diáfana perspectiva, la misma que pierdes cuando ya empieza la vivencia, cuando te ves inmersa en el curso de los acontecimientos.

Y es ahí, en esos momentos, cuando más cerca he estado de mi corazón, de mi ser y de esa mirada limpia que hace falta para ver el segundo registro de la vida. Luego la vida siempre ha ido más allá de lo que imaginé, sentí o intuí, en el salto y en la marabunta siempre descubrí cosas que ni había podido imaginar, pero apenas llego a vivirlas en plenitud, no tengo margen para mirarlas, sólo para sentirlas.

Supongo que es lo que muchos llaman oración, otros meditación…pero la lucidez que ese tiempo elegido y preservado me ha dado no ha habido nada que la iguale. Son los tiempos que anteceden a los cambios, que deciden y definen esos cambios, esos extraños momentos en los que eres consciente de que aunque aparentemente para los demás no pase nada, algo dentro de ti percibe la magia del cambio radical, el nudo de quien sabe que ya eres otra persona o que tu vida ya no volverá a ser la que conocías.

Porque no siempre esos momentos o cambios podemos decidirlos, a veces la vida los decide por nosotros, nos los impone, así que cuando podemos, cuando nos deja un cierto margen de decisión, hemos de hacerlo con la máxima consciencia y coherencia, sabiendo, entre otras cosas, que no hacer ya es una forma de hacer, que lo que no se entrega a otros se pierde, que lo que no se dice a tiempo resuena siempre dentro de nosotros, y que son sólo esas decisiones, las que pudimos tomar, las que nos dan paz o nos hacen sentir culpables.

Ojalá siempre fuera capaz de percibir esos momentos y lo que saben enseñarme. Como ahora.

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