Mi sol

5 mayo 2013
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Llegó. Por fin. Ansiado y esperado.

Cuando me calienta el rostro, como lo ha hecho estos días ibicencos frente al mar, con esa luz que sólo encuentro en el mediterráneo, con ese amor que nos rodeaba..ahí siento, una vez más, que ésa es la actitud con la que quiero vivir mis segundos cuarenta años de vida: el agradecimiento conmovido y silencioso.

Honrar mi vida, honrar a quienes me aman/nos aman tanto como para organizar todas y cada una de las pequeñas cosas que he vivido estos días..Y ser a la vez plenamente consciente de que sólo tengo una forma de honrarlas: sólo puedo recibirlas conmovida y agradecida. Porque no hay palabras para definirlo. Es como el sol.

Son las «cosas chiquitas» de mi amado Galeano, cuya frase envolvía mi increíble regalo de cumpleaños de este año. Dice así «Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no expropian las cuevas de Ali Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable».

Pues eso quiero ser yo: una cosa chiquita.

Toca atesorarlo, como la piel cuando se calienta, cuando sientes que vuelve a la vida gracias a ese calor. Atesorarlo y alimentarte de ello. Sé quién soy. Como nunca antes. Y ya no tengo miedo. Tampoco de decirlo. Ni vergüenza. Ni culpa. Siento que estoy recogiendo los frutos de una larga siembra.

Porque pudo no haber sido así. Pude abandonar más veces de las que sé expresar. Pero siempre hubo alguien: una mano, una caricia, una palabra, una presencia…alguien que me recordó quién era al mirarme en sus ojos. Por eso creo. Creo de una manera no religiosa, pero muy profunda. Porque como decía mi amigo Mario estos días «sin fe, estás muerto».

Pero no hablo de la fe religiosa. Al menos yo no. Hablo de la fe en la vida, de ese confiar, de ese saltar sobre el vacío, de ese optar siempre por decir «sí», por amar al otro, por estar ahí como decía mi madre, incluso por sobrevivir en esos momentos en que no cabe otra cosa, para luego poder vivir.

Comimos hamburguesas en el jardín de casa de unos amigos. Todos muertos de frío. Y todos éramos muchos todos. Gentes venidas de todas partes, llenos de niños y niñas corriendo y jugando. Durmiendo donde y como hiciera falta. Pasando frío. Pero cuando veo las fotos después están llenas de rostros felices.

Sé que no lo creéreis pero pedí a mis ángeles que no lloviera el día de la fiesta (objetivamente no hubiéramos cabido dentro de la casa tanta gente, así que ¡necesitaba que no lloviera!) a pesar de que había diluvios anunciados. Lo pedí hasta las cinco de la tarde. Y así fue. No llovió hasta las cinco y media exactamente. Copos de nieve cayeron en algún momento, pero no llovió.

Muchas conversaciones impagables.Y más mensajes. Y más mails. Amigas durmiendo en casa, comidas necesarias y más. Y luego nos fuimos a la isla. Salimos lloviendo de Madrid. Cuando aterrizamos empezó a salir el sol. Radiante. Nos esperaban para abrazarnos, cedernos su cama, cocinarnos los mejores spaguettis que he probado y cuidar a mi hijo mientras yo trabajaba, entre otras muchas «cosas chiquitas». Nos fuimos al mar. Nos bañamos.

Conocí y trabajé con escuelas de las que forman también parte de mi sol interior porque te recuerdan que otra educación es posible, de las que apuestan por ello. Esas que se llevan a niños de infantil desde ibiza a dormir al interior del delfinario de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Esa en la que las familias los despiden en el aeropuerto emocionados. Con cinco años. Sin miedo, convencidas de que vivencias como ésa forman parte de su educación. Familias que se ríen contigo en una conferencia y se atreven a contarte públicamente sus dudas y sus miedos.

Mi hijo cazó lagartijas en una casa payesa ibicenca increíble, construida por las manos de un carpintero. Una casa mirando al mar entre el bosque, con unos sillones de mimbre donde sentarte a leer y sentir que el mundo se para. Más amor. El amor de las manos de aquél hombre. Y de su hija. Y de sus nietos, de los que mi hijo se ha encandilado.

Los ecos de amor que siguen llegando. Como el sol. En la terraza de casa al volver. En el rostro de tu hijo mientras duerme abrazado a ti. En los mails. En los regalos.

Y hoy es el día de la madre. Y era el cumpleaños de mi padre. Ellos me enseñaron a mirar el sol. Ellos y su red de amor. Mi hijo me ha dibujado un corazón y una flor.

El sol sigue porque somos lo que hacemos con aquello que nos dieron. Somos también aquello que somos capaces de compartir y de dar a quienes amamos. Al final «cosas chiquitas» que tejen una vida.

Mi sol. Ese sol tejido de «cosas chiquitas» que llegó para habitarme por dentro. Y que sólo me queda recibir conmovida y agradecida.
Pepa

4 comentarios a “Mi sol”

  1. Gracias Pepa a ti!! Es la segunda vez que voy a escucharte. La primera en un curso que diste en el Consell para profesionales, me encantó. La segunda este viernes en la conferencia para los papis. me encantó. Y me encantó porque salí diciendome a mi misma «pues no lo estamos haciendo tampoco tan mal…» y eso libera!!

    Y si, yo me quede con ganas de una pregunta. Hay alguna manera de que te la pueda hacer llegar?

  2. Gracias de corazón, Luisa!
    Claro que puedes hacermela, mi mail es pepa@espiralesci.es
    Un abrazo,
    Pepa

  3. Se recibe lo que se da, Pepa. Y el sol te tiene que calentar para que tú, otro SOL que da calor a muchos, puedas seguir brillando y alumbrando muchas vidas que sin tu luz tal vez no serían capaces de descubrir todo lo que de hermoso hay en ellas. Bendita seas, Pepa y gracias por tu ejemplo. Besos.

  4. Tu ejemplo es de los que deja huella, Isabel, no lo olvides.
    Abrazos grandes, conmovidos y agradecidos,
    Pepa

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