Mi cielo
Recuerdo cómo mi padre en sus últimos años de vida me contaba que él sentía que tenía más gente y vida en el cielo que en la tierra. Aquí abajo nos tenía a nosotros, pero arriba le esperaban sus padres, su hermano, sus dos mujeres y dos de sus hijos. Se sentía a mitad de camino entre dos lugares.
Con la muerte de mis padres, tanto la de mi padre más anciano y más natural como con la de mi madre más dolorosa por demasiado temprana, aprendí que morirse no es un instante, es un proceso en el que cada vez vas estando menos aquí y más allá. Y también aprendí que morirse de enfermedad o de anciano, a cambio del precio que pagas en dolor y deterioro, te proporciona dos privilegios únicos: que eliges cuando y cómo morir, y que puedes despedirte.
Estos días mi cielo está más habitado. Ya no sólo están mis padres allí, sino que está mi tía Carmina. Era la hermana de mi madre, y desde que mi madre murió, fue un poco nuestro hilo con ella, con su historia, su vida, hasta con sus facciones. Mis hermanos y yo comentabamos muchas veces cómo con los años se iban pareciendo cada vez más y a pesar de ser tan diferentes en sus opciones de vida, a veces cuando estábamos con mi tía, veíamos gestos y facciones de mi madre. Era una sensación preciosa.
Pero sobre todo ella fue nuestra tía. Fue la que ejerció de tal con plena conciencia y presencia en nuestras vidas. Nos cuidó, nos acogió y nos riñó cuando tocaba como tía. Con ella, mi tío Miguel y nuestros primos pasamos los reyes de nuestra infancia en Madrid. Benditos reyes que nos calaron tanto que hemos mantenido la tradición incluso cuando ya éramos mayores, con nuestros hijos. Ella nos hizo parte de su hogar en el que pasamos mucho tiempo y los últimos veranos con nuestros hijos.
Murió como murió mi madre. Con plena consciencia. Permitiendo que quien quisiera estar cerca de ella, pudiera hacerlo pero conservando la intimidad y la dignidad hasta el final. Teniendo conversaciones de alma, de esas que sólo puedes tener con alguien que sabe que se muere si eres capaz de estar suficientemente cerca. Murió como ella quería, no quería luchar si eso suponía grandes dolores y cuando estos empezaron, cuando sintió que le fallaban las fuerzas para seguir luchando después de dos años, se fue en un par de días. Pero vivió hasta conocer y bautizar a todos sus nietos.
Pero también en cierto sentido vivieron de una forma parecida. Fueron la piedra angular de sus hogares, la fortaleza para sus hijos, el caracter que aparecía y establecía límites innegociables. Y la ternura infinita que llegaba en la cercanía. Mi tía Carmina fue una persona coherente hasta el último aliento con su forma de vivir y de querer. Fue fiel a sus amigas de infancia y a las que la vida le fue regalando. Peleó junto con mi tío para tener una seguridad, un sostén. Crió a sus hijos con entrega y creando en ellos la certeza de lo que no tiene ruptura: el amor y la familia. Ayudó como y cuando lo consideró necesario. Y cuando hablo de ayudar, sé de lo que hablo. Recuerdo su presencia en la enfermedad y agonía de mi madre, sus constantes viajes de Málaga a Zaragoza, las horas de hospital. La recuerdo de madrina de mi hermano en su boda. Fue tan hermoso verles caminar al altar!
Ella nos quiso y nos acogió como parte de su familia porque éramos los hijos de su hermana. Sin más. Parte de lo innegociable. Nunca ocultó quien era pero tampoco te forzaba a ser como ella. No ponía condiciones al «sí». Si no estaba convencida, daba un «no». No había en ella chantaje, ni manipulación. Calló mucho más de lo que contó, salvo con su marido. Su amor. Su otro yo. A él sólo le ocultaba su propio dolor, que sabía que podía destrozarle.
Porque mis tíos han sido, junto con mi padrino y su mujer Elena, mis referentes de amor. No sólo porque vivieron 56 años juntos, sino por cómo los vivieron. ¡Cómo se puede querer tanto a alguien durante tanto tiempo!. Ser su fuerza, su bastión, su hogar y su consuelo. Ser su risa, su ternura y su luz.
En mi vida he tenido grandes privilegios. Y el amor de mi tía, y también de mi tío, es uno de ellos. He pasado los últimos dos años dándole las gracias por tanta ternura, por tanto consuelo que me dieron en mi vida, y recordándoles lo mucho que les quiero. Y ahora tengo una sensación extraña y bellísima, que se me mezcla con la tristeza, de oir sus risas entremezcladas: ella y mi madre, que vuelven a estar juntas. Ellas que permanecieron toda la vida juntas y peleándose a menudo, pero toda la vida juntas, sin perder el hilo. «Es mi hermana», decían la una de la otra. Con eso bastaba. Eso también lo aprendí de ellas.
Mi cielo está un poco más habitado, mi tierra es un poco más inhospita. Me he quedado un poco más huérfana. Me falta ella. Y mi parte niña siempre deseará que hubiera podido quedarse un poco más.
Pepa
Ay Pepa… no he podido evitar sentir tristeza al leerte. Ya sé que no es que lo que pretendes, ni mucho menos.
Qué bien describes… te admiro y te agradezco.
Un abrazo desde el norte.
Gracias a nuestro cielo repleto de estrellas,turno de sosten con la tierra,
Hermoso pepa
Qué bello escribes, muchas gracias! me conectas con mi lado vulnerable, me emocionas, me encanta 🙂
Qué bonito Pepa. Es cierto que sabemos que los más mayores algún día se irán… pero nunca quieres que llegue ese día y esperas que vivan para siempre cerca de ti, porque forman parte de ti. Así parece que cuando se van, se va con ellos ese trocito de ti, hasta que con el tiempo, cuando se aleja el dolor de la despedida, vuelves a dejar que te inunden de nuevo. Ánimo en estos días. Con cariño.
Gracias Pepa por transmitirnos con tu regalo hecho de palabras,la importancia de llamarse «tía».
«Trasmites el Amor, algo que creo es la gasolina de este motor que se lanza a la aventura de la vida»
Gracias por detallarlo, es realmente un hermoso regalo.
Mila esker, Josefina! ¡Muchas Gracias!
[…] que este año está especialmente más poblado. Ya no son sólo mi madre y mi padre, ahora está mi tía y mi padrino. Ellos cuatro y Aurora han sido mis figuras parentales, mis vinculos verticales. Y ya […]