Los cielos de Kenia

4 enero 2013
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Si mi ventana pudiera hablar narraría una amalgama de sensaciones y emociones no por susurradas apenas, menos intensas. Hay vivencias que supone todo un reto reflejar en palabras. Pero siempre encuentro magia y sedimento en hacerlo.

Mi cuerpo acaba de aterrizar hace apenas unas horas de Nairobi. Mi hijo ya duerme, yo me siento a escribir, y mi alma sigue anclada a aquellos cielos. Porque todo el mundo habla de la luz de África. Y es real. Es una luz única, majestuosa. Pero para mí esa luz se plasmó desde el primer momento en sus cielos. Los cielos de Kenia, de mi Kenia. Éste va a ser un relato entretejido de cielos.

El cielo varía durante todo el día, te atrapa, te sorprende, se nubla, llueve, sale el sol…todo en una continuidad de formas omnipresentes. Al principio me sentía rara: kenia es hablar de animales, y sin embargo ¡yo me quedé prendada de sus cielos!

He aquí algunos de mis favoritos, retazos de un tejido de vida. Porque el viaje de estas navidades es uno de esos de una vez en la vida. Algo que cada minuto que vas viviendo eres consciente de no tener vuelta (nunca la tenemos, pero hay lugares e instantes en que esa certeza se vuelve nítida).

Pero también ha sido de una intensidad que parece norma en mi vida, y un salir del mundo de una manera radical. Entras en esas tierras y el tiempo se para, y si te dejas, entras en comunión con la Vida con mayúsculas. Me recordó muchísimo a dos lugares en los que yo he sentido eso, aunque fuera con paisajes muy diferentes: la patagonia argentina, y los parques nacionales de Colorado. Dos lugares donde comprendes el concepto de inmensidad. En Kenia también. Y algo en su luz, en esa magia, me recordó mucho también al mediterráneo, a mis amadas baleares, a esa sensación de tiempo detenido, de conexión con tu parte animal.

Están los amaneceres, en los que te levantas para buscar animales en esa primera hora en que parecen salir más fácilmente a cazar, a pasear…que hasta eso nos contaban que les estamos cambiando los humanos, que de tanto safari y turismo están empezando a salir a cazar almediodía, en las horas de máximo calor. En un momento determinado, nos encontramos diez camionetas de turismo rodeando a un guepardo que acechaba a una mandada de impalas. Y el guepardo madre y su hijo nos miraban como diciendo:» me estáis fastidiando la comida» 😉

Esos amaneceres donde sientes que tu cuerpo va vibrando cada vez más acorde con la naturaleza. Siempre he creído que hemos olvidado nuestra parte animal, que ponemos tanto empeño en «llamarnos» humanos, en diferenciarnos de los animales que no incorporamos a nuestras vidas esa parte corporal, la que te llega cuando el sol calienta tu cuerpo, o cuando bailas, o cuando haces el amor. Es una parte de nosotros que nos ancla a la vida y al gozo.

Pero como en todo buen viaje, hay tormentas. En el nuestro llovió mucho, por suerte casi siempre de noche. Y eso me permitió recuperar las memorias patagónicas por el temor a la conducción de los caminos de barro. Nunca había vuelto a ir por caminos como los de aquel viaje y comprobé que la memoria de aquel accidente seguía vida dentro de mí. Pero tuvimos también tiempo de comprobar que lo más peligroso de Kenia no son sus baches en los caminos de tierra, ni el barro, porque la solidaridad es inmediata y todo el mundo se baja para ayudarte a sacar el coche del barro, aunque eso les suponga pringarse enteros. Lo más peligroso son las carreteras. La conducción en Kenia es una auténtica locura. Si alguien piensa viajar allí y puede permitirselo, que haga los trayectos en avión. La pista de aterrizaje en el masai mara, por ejemplo, es como un sueño, como en la peli de Memorias de África. Por cierto! caminamos por la pista de aterrizaje de esa peli, que en realidad está en un lugar fascinante llamado Crescent Island, en el Lago de Naivasha, para mí quizá mi lugar elegido de este viaje, porque conserva la posibilidad de caminar entre los animales, de acercarte a palmos de jirafas, cebras, ñus o impalas y mirarte con ellos, pero no desde un coche sino caminando. Es un lugar mágico y ahi aterrizaba y despegaba la avioneta de Robert Reford, recordáis? 😉 ¡La magia del cine!

Pero pudimos catar la peligrosidad de las carreteras con un accidente de coche en Nairobi que convirtió nuestro día de Navidad en un día de descanso para recuperarnos del susto. Y es que además, las cosas de kenia, le siguió la explosión del trasformador electrico de la calle donde viviamos, que nos hizo saltar del susto y comprobar los «tiempos keniatas» para recuperar la electricidad 😉 Fue un camión el que se nos llevó por delante y sólo la pericia de mi amiga que nos alojaba y que lleva conduciendo seis años en ese país nos permitió a todos (ibamos siete personas dentro) salir indemnes. Tan sólo asustados y el coche, un fantástico todo terreno, bastante tocado.

Y hubo más tormentas. La compañía con la que contratamos el safari resultó ser de las que se saltan las reglas. Dejo aquí su web por si a alguien se le ocurre la tentación de contratar el safari con ellos. La experiencia del safari fue increíble, pero no por ellos precisamente. Nos cambiaron el orden del viaje sin siquiera informarnos, nos metieron a ocho personas enlatadas en una van..detalles de ese tipo. Pero lo peor fue que no pagaron las entradas a Masai Mara con lo cual al salir, para mala suerte del conductor que había sabido entrar al parque sin pasar el control, nos encontramos con los rangers, encargados del cuidado de los parques nacionales en Kenia. Y para librarse de la multa, emprendió una huida con nosotros dentro de la camioneta (prometo que porque lo he vivido, si no, creería que me están contando una pelicula) a toda velocidad en la que sólo nuestros ángeles nos permitieron salir intactos, además de nueve horas de viaje (en vez de las tres que correspondían hasta el lago nakuru) para que los rangers no pudieran localizarle. Lo único es que gracias a él conocimos la kenia profunda, la de fuera del turismo. Y la experiencia nos dejó sin palabras. Campos inmensos de té con gente con cestas recogiendolo, chabolas de hojalata y casas prefabricadas para los trabajadores en el mejor de los casos, y unas condiciones higiénicas comunes a los países de la zona. En la única parada  que hicimos en nueve horas comimos sólo plátanos. Así que fíense de mí y no contraten el safari con ellos. Van un par de cielos de tormentas en honor a la compañía y a las carreteras de kenia 😉

Pero me guardo lo mejor para el final. Y lo mejor es cuando el cielo se refleja en la tierra. Sea en el lago Naivahsa

o en el Lago Nakuru.

Cuando el cielo refleja la maravilla de lo que conocimos y vivimos. El amor de mis amigos. El viaje a Kenia fue porque ibamos a estar con una de las que yo llamo «mis amigas internacionales». Esos regalos que me han dado los viajes por el mundo en forma de personas (reconozco que en su mayoría mujeres) con una apertura de mente, una inteligencia (además de capacidad profesional) y una generosidad que sólo la da el haber vivido en diferentes culturas, países y lugares. Eso te enseña una forma de estar en el mundo, en la que las posturas cerradas y dogmáticas no caben, donde tienes que aprender a sacar recursos de donde no los tienes ante situaciones inesperadas que afrontas a diario, y que son distintas de tus referentes culturales y personales, y donde la generosidad es parte de tu vida. Abres tu casa, das lo que tengas, habitaciones o sofás o lo que sea, a quien llega porque sabes el valor que tiene que te inviten a un hogar, que te abran las puertas de una familia…son aprendizajes que te transforman.

Estas mujeres son mis mujeres increíbles ;-), íbamos a casa de una de ellas, Denisse, y aunque estaba segura del amor que íbamos a encontrar, nunca dejará de sorprenderme. Su increíble generosidad al acogernos y cuidarnos. Las comidas de Sydney, hechas con tanto cariño. Cada pequeño detalle de Denisse, su esfuerzo por estar pendiente de cada cosa que nos pudiera hacer felices. El viaje que prepararon Mali y Patrick…

Pero hubo algo que me pilló completamente por sorpresa y que forma parte de mi vivencia de Kenia: la increíble ternura que todos y cada uno de los keniatas que conocimos demostraron hacia mi hijo. Quien no le columpió, le subió a corderetas, quien no como mínimo le chocaba las manos o le acariciaba la cabeza. Cada camarero, las personas en la calle…todos. Nunca había estado en un lugar donde la ternura fluyera de ese modo. Y no sólo con él, con los niños y niñas en general. Me guardo para siempre a Ibrahim, que sin hablar una sola palabra de español, con el poco inglés de mi hijo y la comunicación universal de las almas construyó una cabaña con él y bailaron juntos mientras nosotros veíamos el atardecer y reíamos tomando algo al acabar una de las excursiones, en las que por cierto la altura y mi mala forma física me pasaron factura. Menos mal que fue sólo esa vez, porque la debilidad física saca lo peor de mí 😉 Pero ver a Ibrahim con mi hijo fue algo que me hizo llorar.

Porque la generosidad que hemos conocido en este viaje no fue sólo la de quienes me querían, sino la de desconocidos como los vecinos de mis amigos, una pareja americana con dos niños y una niña literalmente recién nacida que acogieron a José en su casa todas las tardes que estuvimos allí para que él pudiera jugar con otros niños. El abrazo de Oliver, su hijo pequeño, y José, cuando nos ibamos, lo guardo como una imagen imposible de olvidar. Y mi hijo llorando en el taxi al aeropuerto diciendo que estaba triste, que no se quería ir, que la casa de Denisse le gustaba mucho, que Oliver era su amigo y que quería quedarse en «aquél sitio tan bonito».

Y fue ese cariño, no fueron los animales. Porque ése fue otro aprendizaje: un safari no es un viaje para niños pequeños. Son demasiadas horas de coche seguidas. Al final en Amboselli, tuve que quedarme con mi hijo en el hotel sólo para pasar un día sin subir en un coche porque ya no podía más. Y él es un enamorado absoluto de los animales, los primeros tres días los disfrutó como un loco, pero una semana de safari fue demasiado. Él sólo decía: «quiero volver a casa de Denisse» En nuestro viaje faltaron niños para jugar y sobraron horas de coche. Aprendizaje apuntado. Por eso a él lo que más le gustó fue el primer fin de semana, porque fuimos con Paul, el niño de Mali y Patrick y porque caminamos entre animales, no desde un coche. Así que Oliver y Paul son ya parte de nuestro corcho de afectos y Denisse y Sydney se han ganado un trocito en el corazón de mi hijo y mi sobrino. Mi sobrino, por cierto, que impactó a todo el mundo por algo que su madre y yo ya sabíamos pero que se nos cae la baba al constatar una y otra vez: su extraordinaria sensibilidad a sus 17 años. El modo que se incorporó al mundo de adultos, al mismo tiempo que fortalecía un precioso vínculo con su primo al que soportó estoicamente ;-).

Así que acabo con esos cielos en la tierra mi relato. Y no crean que no hemos visto animales. Claro que sí. Increíbles, sobre todo verlos en su hábitat. Los elegidos por los cuatro viajantes como favoritos fueron: las jirafas, los rinocerontes, los guepardos y los cocodrilos y lagartos. Vimos unos lagartos rosas y azules fascinantes! Por eso, y en honor a mi hijo, voy a acabar este relato con una foto de ellos, porque seguro que nadie pone una foto de lagartos en la publicidad de un safari por Kenia, pero son apasionantes 😉 Y por cierto, hablando de animales, impresionante los burros en Kenia. ¡Está lleno de burros!

Éste ha sido uno de esos viajes que se hacen una vez en la vida. Y que te transforman como persona. La sensación de salir del mundo fue total. El tiempo se detuvo. Y ahora toca volver a casa.

Pepa

7 comentarios a “Los cielos de Kenia”

  1. Hola Pepa¡¡ Me alegro de poder leer estas palabras tuyas y estoy totalmente de acuerdo, ha sido un viaje impresionante e inolvidable, todo es de valorar, Kenya no son sólo animales, es un todo, sus gentes, su paisajes, sus extensiones, sus cielos… todo… Tampoco pensaba encontrar personas como vosotr@s que hicieron que todo fuera más intenso y compartido y muchísimo menos encontrar a un cielo de niño que me cautivó, debo de darte la enhorabuena como madre porque es un niño dulce, cariñoso, emocional y con mucha magia.
    Un besazo muy fuerte a tod@s.
    Seguiremos en contacto

  2. Mi querida Vane, gracias de corazón. Leí tu mensaje y se lo leí a José. Se emocionó, igual que yo. Compartir el viaje con vosotros en la camioneta fue un regalo y conservo un par de fotos de José en tus brazos. Fue una conexión preciosa y a mí como madre me emocionó. Gracias de corazón. Un abrazo inmenso.
    Pepa

  3. Sólo decirte Pepa que eres una privilegiada y Bendecida con Todo el Bien del Mundo por vivir tan semejantes historias y poder reconstruir así estas vivencias, que pueden ser un tanto aterradoras o hermosas, pero que debemos ser positivos y agradecidos por lo que nos toca vivir…

    También te digo querida, que si necesitas compañía en tus viajes, yo estoy aquí!!!

    FELIZ 2013 PARA TI, TU FAMILIA, Y SOBRE TODO AL MUNDO ENTERO… ^^

  4. Grande, Pepa, muy grande! Gozada de relato natural y humano. Os queremos!

  5. Querida Pepa, Seguro que eso no lo vais a poder olvidar en vuestra vida, esos reflegos tan boni tos en los lagos ,los lagartos azules y rosas que son unas cosas que no puedes ver todos los dias. Toda la amistad que has tenido con todas esas personas que te han acogido con tanto cariño.
    Querido Jose, es mas divertido que subir a las piedras de la sierra. Ojala puedas repetir esta viaje y que podamos ver todas las fotos juntos.

  6. Madre mía, Sara! qué mensaje tan bonito. Se lo leí anoche a José. Cuenta con ver las fotos juntos! Y un abrazo grande a mamá y papá.
    Pepa

  7. He leído con Sara el relato del viaje y nos ha encantado. El mensaje anterior lo ha escrito ella. Creo que tendréis que organizar una sesión colectiva de relato de viaje con fotos! Enhorabuena!

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