Los aeropuertos en una silla de ruedas

8 junio 2012
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Ya regresé de mi periplo loco del mes de mayo.

Los viajes siempre me resultan iniciáticos. Sé cómo salgo pero no cómo regreso. Y no creo que sea algo que me pase sólo a mí. Creo que los viajes son iniciáticos, recorras los kilómetros que recorras, siempre y cuando decidas vivirlos con la actitud adecuada: esa mezcla de apertura mental, capacidad de asombro y arrobamiento y silencio interior.

Pero cuando son tantos y tan seguidos como lo han sido para mí este mes, tienen una especie de «efecto acumulativo» y el alma necesita un tiempo para volver, que va más allá del tiempo físico del cuerpo.

Siempre me pregunto por tantas personas que he conocido que pasan su vida en aviones, en movimiento permanente, de hotel en hotel, incluso sin un lugar al que volver. Porque no se trata de tener un lugar en posesión (sólo los humanos somos tan engreídos como para creer que poseemos algo), pero sí un lugar al que sientas que perteneces, que puedas reconocer y paladear en cada pequeño matiz.

Uno de mis sueños de niña fue siempre viajar. Y uno de mis privilegios de mujer es haber podido hacerlo realidad. Como les decíamos hoy en la fiesta de despedida del cole de José «el mejor legado es enseñar a nuestros hijos a perseguir sus sueños». Porque hay que lucharlos, optar por ellos, buscarlos con consciencia y amor. Y a eso también se aprende.

Pero los viajes también te ponen a prueba, y te enseñan cosas de ti que de ningun otro modo vas a conocer. Mi viaje de vuelta de este último viaje del mes, que fue a Venezuela, ha sido un buen ejemplo de ello. El cuerpo es sabio. Y mi cuerpo tiene la particular habilidad para pararme cuando yo no sé parar, para decir «basta». Y lo hace algo estrepitosamente, sobre todo cuando me empeño en seguir hasta el punto de no escuchar.

Así que mi cuerpo dijo «basta». Primero enfermó pero no le escuché. Me recuperé y seguí. Así que luego, justo el día que volvía para Madrid, me caí, y me hice un esguince de tobillo apenas una hora antes de tomar el primero de los tres vuelos que debía hacer para volver a casa.

Así que he paseado cuatro aeropuertos del mundo en silla de ruedas en 24 horas. Toda una experiencia. Y no hablo sólo de los servicios de asistencia, cada uno con las características diferentes del país, las gentes o el idioma donde estaba. Me refiero a esa sensación de no poder valerte por ti misma. La sensación de depender de otra persona para hacer cosas que has hecho mil veces sola: salir de un avión, llevar la maleta, caminar por los aeropuertos, sacar la tarjeta de embarque…para mucha gente parecerá una tontería lo que digo, pero para mí no lo fue. Una vulnerabilidad que veías además reflejada en los ojos de la gente que te miraba al pasar. Y yo pensaba cómo miramos a las personas que se desplazan en silla de ruedas. ¡Cuánto decimos con las miradas sin necesidad de hablar!

Es esa sensación de vulnerabilidad que la enfermedad o, como en este caso, el accidente ocasional, te obliga a recordar y sobre todo a volver a sentir. Sentí que no debía olvidarla, que debía aprender a bajar de mi omnipotencia y a respetar los ritmos de mi propio cuerpo. Sobre todo cuando la vida puso la guinda al pastel y el tercer vuelo tuvo un aterrizaje abortado porque no le salía el tren de aterrizaje. Volvimos a ascender, dimos vueltas durante casi una hora, hasta que en un segundo intento, todo fue bien. Para entonces yo sólo podía pensar «sólo quiero volver a mi casa».

Ojalá la vulnerabilidad de nuestro cuerpo y los tiempos del alma guiaran nuestra vida. Sinceramente creo que mi vida, nuestras vidas y nuestro mundo serían diferentes.

Así que ya ven: volví diferente. Además de algo coja 🙂 pero nada que la acupuntura no haya podido curar. Y no se crean que el viaje fue iniciático sólo por el regreso accidentado, sino por muchas otras cosas maravillosas que pasaron y que guardo en mi corazón. Pero ése es otro relato.

Pepa

5 comentarios a “Los aeropuertos en una silla de ruedas”

  1. Conozco tu blog por Daniel Gabarro, me van llegando los avisos cuando publicas y este me ha llegado especialmente porque el proceso ha sido bastante similar. Igual que tu, en febrero empecé a ponerme enferma, que si rinitis, que si cansancio, que si insomnio, pero para todo hay remedio, y a seguir. Hasta que, de la manera más tonta, me cai y me rompi dos costillas!! Parón absoluto y esa sensación de vulnerabilidad es enorme!! Nos creemos muy chulos, que podemos con todo y hacer lo que nos viene en gana siempre, hasta el dia que, a la fuerza, ves que tu cuerpo se rompe por algún lado y se acabo la «chuleria»!!! Pero paralelamente vives los «procesos del alma», como tu dices, no vuelves igual. Espero tu otro relato de la vivencia. Gracias.

  2. Pepa que razón tienes cuando dices, «cuando no nos paramos el cuerpo nos para», pues nada ahora toca escuchar al cuerpo y dejarlo que se recupere a su ritmo.. Un abrazo!! y que tenas una bonita recuparación Y un abrazo a José, que ya estará grandisimo. Merche

  3. Desde que regresé hace unos días de 5 semanas por las américas tengo esa sensación de no terminar de estar aquí de vuelta por completo y ayer tuve un día extraño, como de no estar en ninguna parte.

    Por la noche, al leer esta entrada de tu blog y encontrarme con la frase ..»el alma necesita un tiempo para volver, que va más allá del tiempo físico del cuerpo», vi reflejado en palabras muy precisas lo que estoy viviendo estos días. Mi alma aún está volviendo del Caribe.. y parece que le cuesta dejarlo…

    Q se sane pronto esa patita y que bien que sólo quedó en sustos y señales todo !

    un abrazo grande !

  4. Gracias a las tres! Poco a poco…los tiempos del alma funcionan hasta para los pies 😉
    Un abrazo,
    Pepa

  5. Amor, ahora veo tu escrito, realmente es un privilegio tenerte cerca y quererte… Contigo se aprende que cuando se vive y se cuenta, el aprendizaje es mayor; tu sutileza y franqueza de alma se juntan en la experiencia y narración para que tu aprendizaje sea también el mío. Ciertamente cuando queremos ir a una velocidad mayor que la del alma viene el golpe y los seres humanos nos empeñamos en reaccionar con lo golpes (no físicos) para aprender. !Lo entiendo perfectamente por haberlo vivido!:-) !Qué bueno que poco a poco tu alma y cuerpo se van juntando! No te imaginas mi tranquilidad saber que te vas sintiendo mejor… Mil disculpas también a José por ser corresponsable de aupar la heroicidad.
    Te quiero 🙂
    Soraya

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