Lo he hecho bien

12 octubre 2013

Llevo días con esta frase resonando en mi cabeza. Pensando en escribir un post que se titulara así. Y conforme han ido sucediéndose las horas y los días he ido siendo más consciente cada vez de lo difícil que me resultaba, de la vergüenza que me daba titular un post así: «lo he hecho bien».

Y es que ¡nos resulta tan dificil mirarnos al espejo y reconocer nuestra valía! Es algo generalizado en nuestra sociedad, la crítica y la autocrítica parecen lógicas, necesarias y habituales, de hecho últimamente son la norma. Una norma que conduce a la desesperanza. Pero el reconocimiento, el agradecimiento y el sentirse bien con uno mismo…eso, si se hace, ha de ser en privado.

Pero hoy no voy a generalizar. Lo diré en primera persona: ¡me resulta tan difícil mirarme al espejo y reconocer mi valía!. Es como si estuviera fuera de lugar, como si fuera engreído, presumido e innecesario por mi parte. Al contrario no sucede, cuando se trata de echarme en cara mis fallos soy fantástica. Esa juez que llevo dentro, y que también reconozco dentro de muchísimas personas, lleva en mí desde que tengo memoria. Encantada cuando tenía la excusa para mirarme con desprecio.

Con los años he aprendido la COMPASIÓN. Aprenderla hacia los demás fue fácil. Sentirla por mí misma fue tarea de titanes. Pero lo logré, al menos la mayoría de las veces. He aprendido a acoger a esa juez, que sigue viviendo en mí, y mirarla divertida y decirme «ya estás aquí otra vez». Ahora me río mucho más, y me acaricio mucho más.

¿Pero publicar una entrada que se llame «lo he hecho bien»? Eso ya es para nota.

Pero resulta que es cierto. Lo he hecho bien. Y conforme pasan los días la evidencia es innegable. Y lo es porque no viene de mí, sino de mi hijo. De sus ojos, su sonrisa, su bienestar. Mi hijo está bien. No sólo bien, está realmente bien. Ha hecho un camino de gigante en los últimos dos meses, ha batallado con el monstruo, y le ha vencido. Lo ha hecho él. Es su victoria. Su valentía. Su vida.

Pero ése es su relato. Yo aquí puedo contar el mío. Mi parte. Yo he sabido y podido sostenerle en el camino. Porque, a pesar de estar rodeados de amor (benditos seais), ésta ha sido una batalla que hemos librado solos. Él y yo. Solos.

Y hemos vencido. No porque el monstruo no ganara, que ganó, eso ya no tiene vuelta, el daño está hecho. Sino porque hemos logrado que no nos destruyera. Así que a la postre le vencimos. Creo que las batallas contra los monstruos se pierden y se ganan, todo en uno. Se pierden porque el daño es irreparable. Se ganan cuando eres capaz de volver a confiar y a amar.

Lo he hecho bien en el camino de estos seis años que nos han llevado hasta aquí, al crear, de la mano de mi hijo, esta relación profunda de amor, de sensibilidad y de seguridad que nos une a los dos. Nunca dudé de esa relación, por muchas veces que he metido la pata, al final sé que lo que queda es la pauta general, la cotideanidad, y ese día a día en nuestro hogar está lleno de caricias, de risas y de conversaciones. Pero estos dos últimos meses he podido comprobar hasta qué punto esa relación ha dado seguridad a mi hijo para afrontar el dolor.

Lo he hecho bien al hablarle de lo que casi nadie habla, y darle pautas y decirle que estas cosas existen y que puede afrontarlas y cómo hacerlo. No pude protegerle de que sucediera, pero sí le di las herramientas para decir «no».

Lo he hecho bien porque cuando pasó y ni él sabía cómo contarlo, pude acompañarle y sostenerle y esperar. Y sostener sus pesadillas, y sus explosiones durante semanas. Por mucho que lo intente, no podré expresar lo duras que fueron esas semanas. Tener la certeza de que tu hijo sufre, de que le pasa algo y no saber qué. Saber que cuando esté preparado, lo contará, pero que hasta entonces debes respetar su tiempo.

En ese tiempo metí la pata veinte veces, le castigué por cosas que sabía que tenían que ver con su angustia, no con él, le grité, me enfadé. Mi propia angustia me desbordó y me impidió saber reaccionar bien en muchas situaciones. En otras sabía que tenía que mantenerme firme porque eso también le devolvía la seguridad de que su mundo y su madre seguían siendo los mismos, limitados, falibles y amorosos. Estuve ahí, esperé y supe que aquello no tenía que ver conmigo. Lloré por las noches después de consolarle las pesadillas o de tranquilizarlo.

Lo he hecho bien cuando me lo contó, aquella tarde en el coche, y pude seguir conduciendo, y no estrellarme, y explicarle el porqué de sus sentimientos, su rabia, su dolor, nombrarlos. Y refozar su valentía por reaccionar, por habérmelo contado. Y no llorar, ni gritar. Hacerlo después, por la noche, cuando él ya dormía.

He llorado lo indecible. Me he sentido doblada, a la intemperie, frágil y pequeña, he sentido una pena dentro que no sé explicar, pero que, cuando pude, relaté en esta entrada de este blog. He recibido cientos de mails, llamadas y mensajes en contestación a aquella entrada. Sencillamente no tengo palabras para tanto amor.

Siempre hablo del amor, y del agradecimiento, pero cada uno de nuestros seres amados que cogió un coche y apareció en casa y me abrazó sin más, las llamadas de cada noche, las meriendas y los parques, la gente amada que me vio perder el control y me sostuvo y me perdonó, quienes me escucharon llorar al teléfono, quienes me abrazaron, tantos mensajes, quienes hicieron cosquillas a José para despistarle cuando veían que se me empezaban a saltar las lágrimas…ese amor me dio la fuerza para sostenerle. Hay momentos en la vida en que «estar ahí» junto a quienes amas lo cambia todo.

Por eso también, por todas esas personas que leísteis aquel post y me demostrasteis lo mucho que os importamos, quiero escribir también esto: estamos bien. Mi hijo es un valiente, una hermosura y la mayor bendición que pude imaginar. Y todo lo que ha pasado me ha dado una nueva mirada sobre mí como persona, pero sobre todo como madre.

Ojalá nunca hubiera tenido que mirarme así, porque eso significaría haber podido librar a mi hijo de ese dolor, no haber perdido la batalla. Pero ahí no elegimos. Ésa es la intemperie. Nadie nos pregunta. Sólo elegimos el después, cómo afrontarlo, qué hacer con ello. Cómo volver a confiar. Volver a amar. Volver a optar por vivir.

Hace un par de meses tuve una conversación muy interesante con mi hijo y su padrino sobre Jesús, que me sale de dentro incluir para acabar este post, porque hablabamos de eso, de quién vence al final.

La conversación fue más o menos así:
Mami, ¿por qué mataron a Jesús?
– Pues porque él predicaba cosas que a la gente que por entonces tenía el poder no le interesaba que se difundieran ni que la gente siguiera.
-¿Como qué?
– Como que había que querer y cuidarnos los unos a los otros, que había que compartir lo que teníamos..cosas así, y la gente que tenía el poder y el dinero entonces no estaba dispuesta a compartirlo.
– Pero entonces los malos ganaron, los que mataron a Jesús ganaron.
– Bueno, cariño, depende de cómo lo mires. Si te paras a pensar, han pasado siglos de aquello, y siglos después hay millones de personas, como tu padrino, que creen en Jesús y siguen lo que él dijo, son los que forman parte de la iglesia católica. De los que le mataron nadie se acuerda, pero de Jesús sí. Y no sólo lo recuerdan, sino que intentan seguir lo que él enseñó. Así que yo creo que en cierto modo ganó Jesús.
– ¿Tú formas parte de la iglesia, mami?
– No, cariño, yo no.
– ¿Por qué?
– Porque yo creo que Jesús fue un hombre increíble y dijo cosas en las que creo de verdad, pero no creo que fuera el hijo de Dios, que es lo que los que pertenecen a la iglesia sí creen, como tu padrino.
-Yo también lo creo.
-Me parece perfecto, cielo, tú puedes creer lo que quieras, puedes elegir creer lo que tú quieras.
-Pero yo creo que Jesús debería haber matado a los que le mataron.
– Eso era imposible- dijo su padrino.
– ¿Por qué?
– Porque Jesús decía que no se podía hacer daño a nadie, ni siquiera a los que te hacen daño, así que no sólo no los mató sino que no hubiera dejado que nadie los matara.
-…no sé-
zanjó mi hijo la conversación, y cambió de tema.

Estamos bien. Perdimos y ganamos. Y pude hacerlo bien.

Pepa

Pd. Quiero contaros también que hace unos días entró un virus a través de una entrada del blog y me bombardearon a comentarios spam, y al borrarlos, borré por error los comentarios que habíais hecho en las últimas dos entradas, la del cuento y la del libro. Lo siento en el alma porque eran emocionantes. Quiero que sepáis que fue involuntario. Si los volvéis a escribir..los publico de nuevo 🙂

8 comentarios a “Lo he hecho bien”

  1. Claro que lo has hecho bien. Y, conforme te iba leyendo, me quitabas las palabras de la boca. Porque, efectivamente, no es que lo hayas hecho bien en las últimas semanas, es que llevas tanto tiempo haciéndolo bien que erais demasiado fuertes, teníais ya un sistema inmunitario perfectamente preparado para hacer frente a la enfermedad.

    Me alegro de que el niñO esté bien.

    Besos.

  2. Gracias Isma, gracias de corazón a los tres por formar parte de nuestra vida. Y de estos seis años, y muchos más.
    Os quiero,
    Pepa

  3. Enhorabuena querida. Por todo. Por ser valiente al compartir tu pena, tu preocupación ; y por enviarnos un mensaje tan positivo e increíble: si lo haces bien (aunque te equivoques mil veces, creo que eso forma parte de hacerlo bien)a medio plazo obtienes calma y recompensa. Hacerlo bien ha sido saber esperar, retorcerte por dentro pero esperar, darle amor i pautas a tu hijo pero también dejarte querer por todas las personas que te rodean.
    No siempre estamos preparados para dejarnos querer.
    ¡Y tanto que lo has hecho bien!
    Un abrazo muy fuerte.

  4. Querida Sacra,

    Sabes que tus mails y tu presencia fueron importantes para mí. Saber esperar en general, y saber esperar en el dolor es de lo que más me cuesta. Pero poco a poco 🙂
    Abrazo agradecido,
    Pepa

  5. Hermanita… tras el finde aragonés por excelencia… rodeada de muestras de cariño a la Virgen… vuestra conversación es una de las mejores lecciones de religión en muuuuucho tiempo. Todo mi amor, tiAnna. Y sí, corazón, lo estás haciendo estupendamente.

  6. Gracias, TiaAnna, por todo tu amor.
    Pepa

  7. Claro que lo haces fenomenal, que tienes un valor envidiable y que tu hijo y tu formáis un gran equipo que todos adoramos. Sigue así!!!

  8. No sólo lo has hecho bien, sino que lo sigues haciendo y los que tenemos la suerte de escucharte, de leerte… te admiramos muchísimo por como eres personal y profesionalmente. Gracias por ayudarnos a creer que también lo estamos haciendo bien!

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