Las ausencias compartidas
Llevo un mes de viajes que ya están pasando factura. Y lo que me duele es que no sólo a mí. Eso es algo a lo que nunca me acostumbraré: saber que existe una personita maravillosa que paga mis erroress. Y no sólo mis errores, sencillamente las «facturas» que implican mi vivir. Sé de sobra que también recibe los «beneficios», pero cuando les ves sufrir y decirte «mamá, prométeme que no vas a viajar nunca más» se te parte el alma.
Y le abrazas, y le acaricias largo rato y le dices la verdad, que entiendes que se sienta así, que tiene razón, pero que ésta es nuestra vida y que, aunque somos unos privilegiados, hay momentos en los que toca separarnos, y que él sea fuerte y resista y llore si lo necesita y se deje consolar por toda la gente que nos quiere y que le cuida mientras yo no estoy.
Pero verle revivir cuando volví el domingo como lo vi, con ese «mamita, ya estás aquí» me hizo más consciente si cabe de la responsabilidad que tengo al ser su madre. Porque él no recordará este fin de semana, pero su madrina y yo no lo olvidaremos. Y sin embargo, aunque no lo recuerde, configurará su alma y su vida, como todas las cosas buenas que vive también a diario y luego no recordará. Sé que eso es ser madre o padre: sembrar en la memoria corporal, la que no se recuerda con la mente pero nos proporciona la seguridad de tripas y de corazón para ser felices, qué paradoja!.
Pero duele. Me duele su dolor.
Y en esas andaba cuando me reenviaron este texto de otro de mis referentes personales, Saramago (corrección a posteriori, me equivoqué y dije Sampedro), que viene perfecto para mi corazón algo cansado estos días. Aquí os lo dejo:
«Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intesivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y de nosotros aprender a tener coraje.
Si, Eso es! Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado.
¿Perder? ¿cómo? No es nuestro. Fue apenas un préstamo… EL MAS PRECIADO Y MARAVILLOSO PRESTAMO ya que son nuestros solo mientras no pueden valerse por si mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya nos bendijo con ellos»
Qué gran verdad! José ha sido mi mayor bendición. Ya no puedo decirle a la vida sino «gracias».
Un abrazo,
Pepa
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