La ternura

26 agosto 2023
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En la celebración de mis cincuenta pasó algo muy curioso, entre otras muchas cosas bonitas. La gente, aún sin conocerse, se reconocía por los caminos del hotel. Sabían que eran del grupo de cumpleaños aunque no supieran los nombres ni por qué lo sabían, pero así era. Conforme he ido haciendo el relato post cumpleaños con la gente, muchas personas coincidían en lo impresionante que era que tanta gente de tantos lugares diferentes del mundo, con orígenes y vidas a veces significativamente diferentes, sintiera tener algo en común. Cuando lo decían, siempre apostillaban: «claro, eras tú nuestro nexo de unión«. Sin embargo, poniéndole consciencia me di cuenta de que había algo que unía a aquellas maravillosas personas que iba más allá de mí: su ternura. Todas y cada una de las personas que estuvieron en ese finde maravilloso y loco eran personas tiernas.

Y ahí me di cuenta de que tengo que añadir un criterio más a los que sigo en mi vida para establecer intimidad. No hablo de relacionarme, eso lo puedo hacer sin problema con cualquier persona. Hablo de crear un lazo de intimidad. Hace años que soy consciente de que no sé establecer intimidad con una persona si no me río con ella, el sentido del humor es mi primera criba. Tampoco sé hacerlo si no tiene una mínima cultura, y no hablo de libros y conocimientos académicos, sino de la vida, la apertura de mente y la sabiduría innata que cada día admiro más. Y, desde luego, no sé establecer intimidad con personas que me mienten. Aunque la honestidad acaba siendo más un criterio de exclusión, porque si te mienten lo descubres más adelante. A veces se intuye desde el principio, pero otras no. Pues este verano he descubierto el cuarto: la ternura. La ternura me abre el alma, me conmueve y me lleva a querer conocer a la persona que tengo delante. Me doy cuenta, además, de que es un criterio que se ha ido fortaleciendo con los años y con la maternidad: la ternura hacia mi hijo ha sido desde que soy madre la forma más directa de llegarme al corazón.

Cuando pienso en la ternura, la tendresa como la llaman en mi roqueta, hay cosas que surgen obvias pero hay otras que no lo son tanto. La ternura más obvia es la que surge hacia los bebés, los ancianos, los débiles y los que sufren. Pero ahí voy. La ternura no es la compasión. Mucha gente cree ser tierna y actúa desde la superioridad o la lejanía. Hay personas que hablan a los bebés como si fueran tontos. La ternura justamente es esa actitud que parte de reconocer, respetar y honrar la dignidad del otro. Mirar a esa persona como si fuera un regalo, porque lo es; una oportunidad asombrosa de conocer otra alma. Es verdad que es una ocasión que siempre surge más y de forma más radical cuando las personas sufren, porque están más dispuestas a mostrar su alma al sentirse vulnerables. Pero la ternura no es sólo el gesto: esa caricia en la cara, ese abrazo largo, esa mirada sostenida. Es también la forma de realizar ese gesto. Con autenticidad. Con el alma abierta. Desde la propia vulnerabilidad. Sólo es tierno de verdad quien está conmovido, y sólo se conmueve quien abre su alma lo suficiente.

Así que al final la ternura es una cualidad de los valientes. Las personas que están (estamos) dispuestas a mostrar nuestra vulnerabilidad, a dejarnos conmover y transformar por la vida, las que vemos el encuentro con otras personas como un regalo, un privilegio, casi una ceremonia.

Por eso yo soy tierna en mi trabajo como psicoterapeuta, porque a la consulta llega alguien dispuesto abrirme su alma y, da igual las veces que lo haya vivido, sigue pareciéndome un regalo indescriptible. En septiembre sale publicado mi último libro: «Aprendiendo a habitarnos. Un modelo de intervención psicoterapéutica con personas con historias de trauma«. Decidí correr el riesgo de contar el modelo que sigo en mi trabajo como psicoterapeuta. Describo lo que hago con las personas desde que llegan a consulta hasta que se van. Por si le pudiera servir a otros profesionales.  Por si alguien quiere tomar algo de ello. Creo que es de los libros más valientes que he escrito, desde luego de los más arriesgados junto a «Amor y violencia, la dimensión afectiva del maltrato» (2008). Y en el libro hablo mucho de la ternura. Para mí es un valor profesional, no sólo humano.

Por eso quiero personas tiernas en mi vida. Personas que abracen, que digan «te quiero», que acaricien, que me miren largo y sin miedo, que no tengan miedo a llorar o a reír a carcajadas, siempre que sea juntos. Personas capaces, como hizo mi hermano hace muchos años, de agarrarme de la mano sin decir nada durante todo el funeral de nuestra madre para que pudiera sostenerme. O de escucharme llorar al otro lado del teléfono sin decir nada, porque no hay nada que se pueda decir, como han hecho ya varias personas en mi vida. Personas capaces de hacer kilómetros y cocinar gambas cuando son lo único que da sentido. Personas que se tiren en el suelo a construir selvas, mares y diversos ecosistemas en la terraza de nuestra casa con mi hijo o que le acunen y le acaricien el pelo hasta que se quede dormido. O de las que le dan un masaje cada vez que él se pone de espaldas a ellos y dice «porfa». De ésas, por suerte, también ha habido varias. Personas que se alegren con mi alegría (he ahí una de las mejores formas de ternura) y las vea llorar emocionadas con algo bueno que me pasa porque entienden su significado más allá de lo evidente. Personas a las que les tiembla la voz cuando me presentan en un acto. Personas que me aplauden largo, muy largo… ¿sigo?

lo que nos da la ternura

 

Y, por supuesto, la ternura ha sido uno de mis pilares como madre. Quise hacer con mi hijo lo que mi madre logró hacer con nosotros, convertir la ternura en una constante, en algo innegable, en algo casi, casi palpable. Creo que lo conseguí. Y eso que hace algunos años mi hijo me dijo que le gustaba más calva, porque desde que me había quedado calva, era «más blandita». Ni se imaginaba entonces (creo que ahora ya casi con 17 años y a punto de irse de casa sí lo sabe) el camino que he recorrido en mi vida para dejar salir la ternura sin miedo. No tanto en la parte de dar ternura, que creo que siempre se me dio bien, sino en la de recibirla. Mis abrazos son una de mis mejores cualidades pero me costó tiempo aprender a dejarme temblar en el abrazo de otro. De hecho, a veces, aún me cuesta. Y como todo en la vida, también en la ternura, se vuelve profunda cuando es recíproca.

Este verano ha estado impregnado de ternura. En casa, entre mi hijo y yo, sabiendo los dos que nos llega la despedida. Ternura también de la gente que nos quiere hacia mi hijo en forma de cuevas, de habitaciones en sus casas, de escapadas y mimos asturianos y vascos, de comidas, de lágrimas y de abrazos. También para ellos es una despedida. Y ternura en forma de muchas miradas hacia mí. Muchas. Por no hablar de la ternura de nuestros ángeles favoreciendo en extremo mi habilidad logística.

La ternura es alimento para el alma. Y es algo que, por suerte, define mi vida y no puedo expresar la gratitud inmensa que siento por ello. Lo que sí puedo hacer es renovar cada día mi opción por ella. Por mi parte, sin propósito de enmienda.

Pepa

11 comentarios a “La ternura”

  1. Pepa ,para mi la verdadera empatía es la q va acompañada de ternura y rechaza toda culpabilidad .Gracias .Estoy de acuerdo .😘❤️

  2. Eres una de mis maestras en la ternura de alma. La aprendí de mamá y de ti. Te quiero

  3. Hermoso Pepa!
    Lo que has escrito me hizo recordar inmediatamente a una palabra brasileña que creo no existe en ninguna otra lengua: CAFUNÉ.
    Busca su significado. Creo ahí se encuentra la expresión de la ternura.
    Abrazo enorme!

  4. Ay Pepa! Cuanta ternura he aprendido yo de ti! Gracias a la vida por haberte puesto en mi camino!

  5. Gracias a ti y un abrazo emocionado!

  6. Pepa! Tus abrazos son pura ternura que siempre me derriten.

  7. Pepa, tienes el don expresar haciendo fácil lo que para otros es difícil decir. Es cierto, comparto tu sentir. En la ternura hay madurez, vulnerabilidad, delicadeza y mucha verdad y amor de corazón.
    Solía decir una persona que conocí que la vulnerabilidad es nuestra fortaleza.
    Me alegra que tu verano haya estado cargado de ternura,
    Te mando un tierno abrazo,

  8. Abrazo grande para ti, Elena!

  9. ¡Cuantas veces me identifico con lo que expresas de tu sentir! Eres toda una maestra en poner palabras a tu alma. Como dijo Rolando Toro .»La ternura es presencia que concede presenciaª. Infinita gratitud por ser una gran sembradora de tu presencia en mi vida, en nuestras vidas.
    Te quiero.

  10. Gracias a ti, Carmen, por ser presencia luminosa. Abrazo grande!

  11. Qué bonito Pepa! Lagrimas de emoción.
    Me he preguntado muchas veces por qué no me han querido así de bonito…

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