el valor del tiempo
El tiempo es riqueza. Tener tiempo para hacer cosas que disfrutamos, estar con quienes amamos o simplemente ver pasar la vida se ha convertido en nuestra sociedad en un lujo que hace rico a quien lo posee. Pero también plantea dos reflexiones importantes que nos atañen a todos.
El tiempo y el valor que le hemos otorgado es una de las medidas de la sociedad que tenemos y queremos. Si analizamos qué tareas prioriza el sistema, en las que cifra el éxito personal -trabajar, consumir, adquirir- y el ritmo para llegar de unas tareas y otras, enseguida surge la reflexión sobre los valores de nuestra sociedad, aquellos en los que educamos a nuestros hijos e hijas.
Pero el tiempo es también la mejor medida de nuestra escala personal de valores. Al ser tan limitado, decidimos en qué, cómo y con quién lo empleamos. Lo hacemos más o menos conscientemente, pero elegimos. Establecemos una escala de prioridades. Y entonces el tiempo habla de las personas que cada uno elegimos ser.
Y eso tiene que ver directamente con nuestras familias y con el tipo de relación que queremos construir en nuestros hogares. Los estudios dicen que el número de horas que dedicamos a nuestros hijos e hijas (algo más de diez horas a la semana las mujeres, tres horas los hombres según el último estudio del CSIC) es mínimo comparado al que dedicamos al trabajo o al descanso. Además, hay una diferencia de género en la distribución del tiempo que se mantiene, reflejo de una diferencia que sigue presente en nuestra sociedad.
Sin embargo, necesitamos invertir tiempo y afecto para crear un vínculo afectivo. No cabe querer y ser querido sin estar ahí, sin los cuentos de antes de dormir, las comidas hablando, las horas en el parque o el ocio compartido. Conforme esos sentimientos se afianzan, se puede integrar mejor la ausencia física, pero durante las primeras fases de la creación del vínculo afectivo la presencia afectiva y física son imprescindibles. El tiempo, así mismo, acaba dándole valor y verdad a los sentimientos. Una emoción puede ser instantánea o fugaz, pero los sentimientos como el amor o el duelo requieren tiempo para crearse, cultivarse o incluso curarse.
Se dice siempre: no sólo cuenta la cantidad de tiempo, sino que sea un tiempo de calidad. Un tiempo en el que haya comunicación, conocimiento mutuo y actividades compartidas. Aunque el dilema planteado entre tiempo de cantidad y tiempo de calidad esconde una falacia, porque la calidad del tiempo empieza a contar a partir de un mínimo de cantidad. Es imposible compartir tiempo de calidad sin estar ahí. También lo es construir un vínculo sin conflictos, que son parte inevitable y sana de las relaciones profundas, una oportunidad de conocer al otro y crecer con él o ella. Pero hasta para pelearse con alguien hace falta tiempo.
Si queremos existir para nuestros hijos e hijas, tendremos que compartir sus vidas, estar ahí y priorizarlos en esa escala de valores que es nuestro tiempo. Y tendremos que tomar las opciones personales así como demandar los recursos institucionales que necesitamos para ello.
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