El león enamorado de la luna

30 septiembre 2013
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Érase una vez…un león fiero y hermoso, líder de una gran manada. Vivía en la sabana africana, en el mismo lugar donde nació, un lugar único que vibraba cada segundo de vida.

Pero a pesar de la belleza que le rodeaba, aquel león lloraba algunas noches. Guardaba un secreto que nadie conocía. Nuestro león de porte erguido y corazón valiente estaba enamorado de la luna.

Las leonas que vivían con él lo miraban con recelo, y al mismo tiempo atracción. Sabían, como se saben las cosas que son verdad aunque nunca se cuenten, que había algo diferente en aquel león.

Por las noches no dormía, se alejaba siempre hasta los altos desde los que podía contemplar el cielo y su mirada se perdía. Y al amanecer siempre se le escapaba una lágrima fugaz, que enseguida se sacudía, temeroso de ser descubierto.

Al principio lo había intentando todo para lograr acercarse a ella. Había subido hasta las cumbres más altas, resbalando, hiriéndose y maravillandose de lo que llegaba a ver desde aquellas montañas. Se había sumergido en el agua de su río, siempre pensando que en aquel reflejo se escondía su belleza. Incluso una vez llego a trepar a un árbol grande y muy alto, cuando todos sabemos que los leones no trepan, que tienen vértigo, que necesitan la tierra.

Pero cuando creía que la iba a poder tocar, ella siempre se esfumaba. Alguna noche la luna era tan grande, y estaba tan cerca que nuestro león tenía la sensación de dormir acunado por sus caricias. Pero siempre volvía el sol, y con él la espera.

Y los días nublados..eran los peores para el león. Rugía de desespero y cazaba más y mejor que ningún otro día para su manada porque sabía que esa noche no podría ver a su amada. Eran días de cuerpo revuelto y alma agitada.

Y lo que más le dolía, lo que llenaba aquellos ojos claros suyos de melancolía, era estar convencido de que la luna no le amaba. No sólo no le amaba, sino que no le reconocía, que para ella no era sino un león más. Porque entonces al león además de sentir impotencia, le invadía la soledad.

Hasta que un día…

Un día decidió abrirle su corazón y quedarse a la intemperie de la noche, donde quienes se aman encuentran refugio en el otro. Le escribió el más bello poema que su corazón leonado era capaz de escribir. Le dijo que la amaba, que la había esperado toda la vida, pero que ella era demasiado hermosa para él. Demasiado brillante, demasiado grande, demasiado inalcanzable…demasiado. Él era el rey de la selva, pero ella era la reina del cielo, y eso era un territorio inmenso hasta para un león. Le dijo que a partir de aquel día se conformaría con amarla. Sin más. Sentir ese amor en su corazón era suficiente para él. Eso y mirarla. Pero no volvería a subir árboles ni cumbres ni a sumergirse en ríos o lagos. Se quedaría con su manada, su gente, su territorio conocido, su lugar.

Aquella noche durmió inquieto. Al despertar sintió un calor extraño en su melena, y una luz que no lograba situar. Se levantó azorado y asustado. Ni en palabras de león ni de humano hubiera podido describir lo que era aquello que dormía a su lado, una criatura extraña con una luz…el león se tumbó a mirarla. Esa luz…donde había visto esa luz antes? Y el color de aquella criatura? No había nada en su selva que tuviera ese color que no era plateado, ni blanco, ni azul sino todos juntos a la vez. Y esa magia…

Y la criatura silenciosa abrió los ojos. Y en sus ojos anidaba el mar. Y no dijo nada, ni una palabra, ni un ruido…nada. Sólo le miró. Le miró durante tanto rato que el mundo se paró para los dos. Y cuando estuvo segura de que el león, de puro miedo, no se atrevería ni a tocarla, se acercó. Poco a poco. Muy poco a poco.

Le susurró su amor. Le habló de cómo había sostenido las piedras de las montañas con su reflejo para que él no cayera al subir en su busca. Cómo le había pedido a aquel árbol que no se enfadara demasiado con él y partiera una de sus ramas. Le habló de lo bella que se sentía cada vez que él miraba su reflejo en el río que había junto a su hogar. Mirarse en sus ojos le hacía descubrirse nueva y diferente.

Siguió hablándole, bajito, sútil, poco a poco, mientras se acercaba hasta rozarle. Y el león la sintió. Tan dentro de su alma, tan a flor de piel, esa piel que hacia años que nadie tocaba de esa forma..y dejó que su luz anidara en él, y se atrevió a desearla. A tocarla. A entrar en ella.

Y entonces lo comprendió. Y la llamó por su nombre: luna. Y ella sonrió. Y el león que había buscado fuera de su alma una forma de acercarse a su luna, en las altas cumbres y los lagos profundos..comprendió. Y encontró dentro de su ser el lenguaje de las caricias. Y con cada caricia le fue dando cuerpo a ella, la formó. La hizo luona, que es en lo que una se convierte cuando es un poco luna y un poco leona.

Y con cada caricia ella le fue llenando de su luz, le devolvió las cumbres, los ríos, la selva..todo lo que ella guardaba dentro de sí. Lo que cada noche de amor había iluminado sólo para él. Sin que él lo supiera. Hasta entonces. Y le hizo lunon, que es en lo que uno se convierte cuando es un poco león y un poco luna.

Así que recordad a esta luna enamorada la próxima vez que la miréis. Si la observáis con el cuidado suficiente, veréis los trazos de rojo de la sabana africana que forman ya parte de ella. Y, sobre todo, la veréis sonreír.

Pepa

6 comentarios a “El león enamorado de la luna”

  1. Precioso pepa!!d lo mas bonito q he leido tuyo. Se lo he leido a irene y le ha encantado, ha salido romantica como yo 😉 un besazo, tkm

  2. Hermoso!!

  3. Quede maravillad con tremenda expresión de amor.
    Gracias!!!
    Sigue escribiendo así de bello!

  4. Que bella historia, llegue acá porque mi novio me pidió una historia con esos personajes ya el se apellida leon y yo luna jajaja, nos quedo como anillo al dedo la historia, gracias por crearla 🙂

  5. Madre mía, qué coincidencia! Me alegro infinito, gracias a ti, Rebeca, por contarmelo!
    Pepa

  6. Si, gracias por crearla esta hermosa, y ahorita estamos separados por su trabajo y nos hace sentir cerca.

    Gracias mil

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