Cuando las víctimas logran hablar (2)
Una de las cosas que a veces me resulta casi imposible de explicar es hasta qué punto se cruza mi vida personal con mi trabajo. Y no hablo de las horas que le dedique, o de los viajes o cosas de ese tipo. Hablo del dolor que veo a diario.
Este fin de semana ha sido para mí una prueba más de ello. El viernes dejé escrito un post en nuestro blog de Espirales CI para que se publicara hoy. Lo escribí a raiz de una noticia que se publicó la semana pasada que narraba cómo unos hijos a raiz de la muerte de su madre publicaron una necrológica en un periódico en la que contaron públicamente el maltrato que ella les infringió, todo el sufrimiento que llevó a su vida, además de reinvidicar la necesidad de que los niños y niñas víctimas de maltrato hablen. Podéis leer el post entero aquí y os copio una parte de lo que escribí. Dice así:
«Una de las mayores dificultades del trabajo en sensibilización y prevención del maltrato infantil son las limitaciones, cuando no la imposibilidad de las víctimas de narrar su historia, de contarla en voz alta y clara, no solo a sus familias, sino a toda la sociedad. Además de la dificultad para lograr que sean escuchadas y creídas con la misma fiabilidad con que se escucha y cree a las víctimas adultas.
Sin entrar en los problemas derivados de la fiabilidad del testimonio, de los que ya nos hemos hecho eco en Espirales CI varias veces, hoy queremos reflexionar sobre una noticia tan estremecedora como real. Los hijos de una mujer fallecida publican en un periódico una necrológica sobre su madre en la que cuentan todo el maltrato que les infringió durante su vida, expresan la paz que supone para ellos su muerte porque les garantiza el fin de su pesadilla y demandan la necesidad de que las víctimas por fin alcen la voz y no callen más. El periódico, como se puede ver en la noticia, retiró el escrito del periódico y declaró que haría una investigación sobre su publicación…
..Esta es una noticia que produce escalofríos. Por el dolor y el sufrimiento que esconde, por el modo y el momento que han elegido los hijos de hablar, por sus palabras contundentes… por muchas cosas. Pero creemos que hay varios aspectos sobre los que deberíamos parar a pensar un momento:
1. La memoria y la justicia son dos elementos imprescindibles en un proceso de reconstrucción de la vida y el alma después de haber sufrido cualquier forma de maltrato. Los niños y niñas víctimas de maltrato necesitan ambas cosas. Poder hablar y narrar lo sucedido, que no se olvide, que no se niegue. Y justicia, no sólo en el ámbito legal, sino en el social y familiar. Que sus familias reconozcan el maltrato y les visibilicen a ellos como víctimas. No porque sean solo eso, que son mucho más que eso, sino por honrar su dolor y sufrimiento. Nombrar el maltrato no implica reducir a los niños y niñas a víctimas sino honrar su dolor y la valentía que han demostrado al afrontarlo. Esa justicia social y familiar que viene del reconocimiento de la agresión, del daño infringido por el agresor o agresora y del dolor vivido por las víctimas no lo puede dar la ley sino la sociedad, y en concreto la familia y la comunidad donde viven tanto víctimas como agresores.
2. Toda víctima siente rabia, además de miedo, dolor, impotencia y culpa, y es una rabia legítima. Esa rabia esconde un sufrimiento enorme, y la rabia les permite sacarlo fuera. Pero la rabia está socialmente censurada. Se considera a menudo “fuera de lugar” o “inadecuada”. A estos hijos que escriben esa necrológica sobre su madre, se les censura socialmente por expresar en voz alta vivencias que para cualquier persona serían dolorosas y destructivas. Se les censura por lo que dicen, pero también por la forma y el momento que eligen para hacerlo, que sin duda están elegidos también desde la rabia. Y es importante legitimar esa rabia. Los relatos de las víctimas van a estar plagados de rabia y dolor y la única forma que tienen de sanar su tristeza, no es olvidar ese dolor y esa rabia, sino sacarlos, vivirlos y sentirse reconocidos más allá de ese dolor. Solo en ese reconocimiento, solo cuando su entorno comprenda que nunca podrán ni querrán olvidar, solo entonces podrán llegar a la aceptación y paz interior. Y desde esa paz reconstruirán sus vidas…
..Vaya esta entrada como homenaje de quienes trabajamos en Espirales CI, no sólo a personas que alzan la voz y cuentan su historia como lo hacen los protagonistas de esta noticia, sino a todas las personas que han creado esos foros o asociaciones de adultos que fueron víctimas de maltrato en su infancia. Todo nuestro conmovido y agradecido homenaje a su valentía.»
Lo que no podía imaginar siquiera era que apenas unas horas después de escribir este post me iba a encontrar en la fiesta de alguien que quiero con locura con gran parte de las personas que me maltrataron en el colegio. Un grupo de personas, hombres y mujeres, que ya son padres y madres de niños y niñas que estuvieron jugando con mi hijo y mis sobrinos. Esas mismas personas que me cantaban canciones cada día en el autobus que iba al colegio, me insultaban, se reían de mí por mi gordura, especialmente en las clases de gimnasia, me pegaban chicles en el pelo o me dejaban notas y dibujos en mi pupitre, entre otras cosas.
Estas son experiencias que no se olvidan, y que te convierten en la persona que eres. Y cuando los vuelves a ver, como los vi hace un tiempo en la fiesta de los veinte años del cole o este fin de semana, te parece algo muy lejano y te das cuenta de que no has vuelto a pensar en ello hace siglos. Pero al mismo tiempo, cuando les ves, eres incapaz de mirarlos y no recordar aquello.
Porque una vez más constaté algo muy importante. Y es que no ha habido en ningún momento un reconocimiento de aquel daño, una toma de consciencia del dolor que causó. No sólo a mí, sino a muchas otras personas en aquel colegio, valga como muestra este post de un compañero mío de curso que escribió hace un tiempo. Y ese reconocimiento del daño es una parte imprescindible del proceso de sanación tanto de quienes agredieron como de quienes fuimos agredidos.
Recuerdo hace unos tres o cuatro años que fui a mi mismo cole a dar una formación a los profesores y una charla a los chavales de bachillerato sobre prevención de maltrato entre iguales. Porque las cosas en estos veinte años han cambiado y mucho, no sólo en el colegio donde yo estudié sino a nivel educativo y social. Sobre todo en la toma de consciencia sobre el significado y la gravedad de hechos como los que describo que, entonces y ahora, son mucho más habituales en los colegios de lo que mucha gente quiere reconocer. Una gran parte del trabajo que yo hago ahora es en el ambito educativo, y hay pocos ámbitos donde se haya sensibilizado más a los profesionales sobre el tema del maltrato infantil.
En aquella charla a chicos y chicas de dieciséis años después de darles unos datos generales sobre el tema y hacer un ejercicio para que detectaran la violencia que se infringían los unos a los otros y que consideraban «normal», les conté mi experiencia en su mismo colegio, en aquellos pasillos donde estábamos hablando y en los que yo había crecido. Les hablé de las vejaciones pero también de mis amigos, los que me habían sostenido, los que habían permitido que yo no me destruyera por aquellas experiencias, ellos y mi familia. Amigos que, por cierto, también estaban el sábado en la misma fiesta, parte de ellos al menos, porque siguen siendo una de las presencias más gozosas y significativas de mi vida. Les hablé también de los profesores que me apoyaron y de los que volvieron la vista hacia otro lado. Les conté en definitiva mi vivencia.
Entonces me preguntaron directamente si había vuelto a ver a aquellos chicos y chicas que me agredieron. Les dije que sí, que se habían casado, que tenían hijos…y les conté que, de hecho, con un par de ellos me había hecho amiga. Me miraron horrorizados: «¡Cómo eres capaz de ser amiga de aquellas personas!». Y yo les dije la verdad: porque me habían pedido perdón, habían reconocido el daño que me habían hecho, y eso había limpiado la relación y había permitido que nos acercáramos de nuevo.
Para mí son los dos extremos de una misma realidad, las personas con las que quiero y puedo construir una amistad profunda o las personas con las que no quiero pasar más allá de un hola y adiós. Y la diferencia la marca el reconocimiento del daño y la actitud con la que como adultos afrontamos nuestras vidas, lo que hicimos, o lo que no hicimos, hayamos sido víctimas, agresores o testigos del maltrato.
Porque, además, eso y no otra cosa es lo que trasmitiremos a nuestros hijos: la capacidad de saber pedir ayuda, de defenderse y de apoyar a los que sufren o la de hacer daño y destruir a los demás. Y esa enseñanza no tiene que ver con lo que decimos, sino con lo que vivimos, con lo que hacemos en cada una de las pequeñas actuaciones que tenemos en nuestro día a día, a veces en una fiesta ante una escultura construida en unos árboles por unos niños, a veces en un colegio, a veces en nuestro propio hogar.
Así que escribo este post en mi blog personal para completar el de Espirales CI, para explicar parte de ese cruce de mi vida y mi trabajo, y sobre todo para agradecer a los que entonces y ahora me apoyaron y me sostuvieron. Personas que estaban el sábado y me abrazaban y me sonreían y que mi hijo considera como parte de su familia. Y otas personas que no estaban pero que me abrazaban de niñas en el autobús mientras escuchábamos aquellas cancioncitas cada mañana. Gracias también a los profesores que no volvieron la vista para otro lado, a los que quisieron formarse para mejorar su posibilidad de aliviar el sufrimiento de los chicos y chicas que tienen a su cargo, y al profe que me invitó a dar esas charlas de prevención de maltrato a los chavales. A todos ellos gracias de corazón.
Sin duda gracias a ellos, a todos ellos, soy en parte quien soy.
Pepa
Bendita seas por sobrevivir y pelear. Una vez más me asombra que nunca me enteré de casi nada… ya no estaba en el cole… y tú no contabas, al menos a mí. ¿en qué nube vivía yo? Besos, hermanita.
Pepa, hermoso. Se me puso la piel de gallina mientras lo leía. Gracias una vez más.
Muchas gracias por compartir ese trocito de rincón de tu infancia, gracias por enlazarlo con ese trocito de de tu rincón actual y darle un sentido (ayuda a mi propia reestructuración personal)
Gracias…
Gracias a vos por tu valentía, por seguir apoyando, y por hacer evidente lo que muchos no quieren ver. Pero sobre todo, por ser un ejemplo vivo de lo que se puede hacer con el sufrimiento: transformarlo en algo grandioso para tí y el mundo. Gracias linda Pepa!!!!
tiAnna, mamá supo y supo sostenerme. Y todos tenemos una nube, nuestra nube. Te quiero mucho.
Ainhoa, Inma, gracias de corazón. Ojalá tengas razón, Ainhoa, y no dudes que el sentido existe, Inma, lo duro a veces son algunos desiertos del camino.
Vale, gracias linda!
Y a todos los que me estáis escribiendo en privado, y leyendo y enviándome mensajes, gracias! Una vez más, me convencéis del sentido que tiene narrar.
Pepa
Querida Pepa
Esta claro que una infancia dificil nos hace las personas que somos en el hoy.
Entiendo perfectamente lo que escribes.
Hace cosa de unos 4 años me encontre con un aniversario del colegio en el que estudie y justamente la cena era en el restaurante donde yo he trabajado muchisimos años.
En mi infancia yo siempre fui la rechazada por sinceramente no puedo dercirtelo porque no lo se, ni a mi 36 años lo entiendo. Imagino que lo que me estaba pasando, tenia la consecuencia del aislamento y un caracter timido e introvertido.
En aquella cena aunque no estaba de invitada (porque yo no quise) tuve que reencontrarme con muchas cosas del pasado, profesoras que no me ayudaron o no supieron ver lo que me estaba pasando.
Mis compañeras que no hicieron mas que insultarme y rechazarme, alguna tambien me pidio perdon pero no mantengo relacion cercana con ninguna (era un colegio de chicas)
Y es duro pero estas cosas nos hacen mas fuertes, sobre todo cuando te das cuenta que de lo que eres como persona y a donde has llegado en tu crecimiento personal.
Lo demas es pasado ingrato que no nos aporta nada.
Fue mucho peor cuando me reencontre en el mismo lugar a mi «recuerdo con 15 años mas de edad, mas viejo» en aquella ocasion mi cuerpo reacciono y tuve que dejar unos minutos mi trabajo hasta que me repuse.
No podemos huir del pasado, yo creo que debemos utilizarlo para seguir creciendo y darnos cuenta que lo que somos. No volver a el nunca, porque nos merecemos la felicidad.
Enhorabuena porque el tiempo pone las cosas en su sitio, es bueno perdonar y sobre todo si te ayuda a estar en paz contigo misma.
No se si me explicado bien pero queria compartirlo contigo.
Un saludo
Inma
Gracias de corazón por compartirlo, Inma.
Que si te explicas? Con una claridad pasmosa 🙂
Enhorabuena de corazón por tu valentía y por el camino, y por toda la luz que has llevado a otra gente, incluida a mí.
Pepa
Pepa, me alegro de tu fortaleza, de cómo eres capaz de aguantar (yo me habría ido de la fiesta) y de cómo lo transmites. Es triste que aún siga existiendo este tipo de maltrato y que los adultos lo sigan permitiendo, pero confiemos en que cada vez sean menos los ciegos y más los capaces de reaccionar.
Gracias por compartirlo. Te mereces lo mejor.
Te quiero mucho, Patricia. Para mí tú eres uno de esos ejemplos de lo que el amor es capaz de crear e irradiar a su alrededor.
Abrazos a los siete,
Pepa
Yo viví en mi infancia algo muy similar, por no decir lo mismo. Voy a compartir con vosotros un sentimento. Tengo dos sobrinos (no son hermanos), y cuando me entero del sufrimiento que les causan sus iguales… Sólo me pide el cuerpo hacerles todo tipo de tropelías. Nunca lo hago, obviamente, y lo disimulo muy bien (xq intento que no se me note la mala leche que se me pone), pero la verdad, enterarme de esas cosas saca lo peor de mi. Me pasa con cualquier niño que yo perciba débil. No sé si es que a través de ellos quisiera sacar la valentía que yo no tuve de niña (y que quizá no tenía por qué twner…) y que lamentablemente también siento que falta de mayor para enfrentarme a las personas que me hacen daño. Supongo que tendré que seguir trabajándomelo, todo.
Gracias, Noe, por tu relato y la valentía que conlleva. Yo también tengo muchas veces dudas sobre si intervenir o no cuando veo determinadas cosas que suceden entre los niños en los parques, en el patio o en reuniones. Y sinceramente te digo que cada vez me callo menos, intervengo más e incluso riño a los niños cuando creo que toca hacerlo, aún a costa de llevarme alguna mala mirada o palabra de los padres. Pero me sigo quedando con la desazón de saber con certeza que el cambio no puede venir tanto de mis palabras sino de esos padres que me miran o me censuran. Pero de adulta elijo hablar, al menos siempre que puedo.
Abrazos mil,
Pepa
Querida Pepa:
Otra vez tus palabras vuelven a ser as de guía para muchos y temas en los que reflexionar para otros.
Precisamente hoy cuando nos acabamos de enterar que un niño de 9 años ha sido violado por un grupo de menores en Badajoz.
Me quedo con el reconocimiento del dolor, cuantas tropelías se han cometido en nombre de ese «no reconocimiento».
Tal vez nos toque reflexionar a padres, educadores y demás personas relacionadas con nuestros hijos de la importancia vital de educar en la igualdad; si realmente creyéramos que todos somos iguales, cosas así no ocurrirían
¿Qué educación estamos ofreciendo, si ni siquiera somos capaces de medir el dolor que podemos infringir en los demás?.
Una vez más gracias por transitar esos caminos nada fáciles pero que aportan sentido común tan necesario en los tiempos en los que vivimos