Transformarnos

24 mayo 2020
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Estas dos últimas semanas han sido especialmente duras para mí. He pasado estos meses de confinamiento sosteniendo mucho y no me arrepiento de haberlo hecho, pero en algún momento me fallaron las fuerzas. Y cuando las fuerzas fallan, el dolor y el miedo parece que se apoderan de mí. Nos pasa a todos, pero estos días he sentido que no llegaba, que no podía con todo.

No es la primera vez que me sucede en la vida, pero quizá ha sido una de las más conscientes. Como también lo ha sido mi opción por no ocultarme, por no disimularlo. Me he mostrado triste, silenciosa, agotada. En realidad, sigo en ello, pero poco a poco ya voy recuperando fuerzas. Y al mostrarme, he recibido el amor y la comprensión que necesitaba para sostenerme.

Y, también como otros momentos de mi vida, lo profesional y lo personal se me han entrecruzado. Me ha tocado hablar mucho en supervisión de cómo el miedo puede volverse pánico y ese pánico hacer que la gente saque a borbotones dolores muy antiguos, dolores que parecen superados e integrados. Les ocurre a los niños, niñas y adolescentes con historia de trauma, nos ocurre a los adultos que seguimos guardando dentro nuestro niño o niña con su historia de trauma.

Como persona y como profesional me costó mucho tiempo comprender que integrar no significa olvidar, y que la memoria corporal del dolor sigue ahí y puede reabrirse en varios momentos de nuestra vida, sobre todo aquellos en los que estamos agotados y asustados.

Cuando miro y leo a mi alrededor pienso en toda nuestra memoria corporal colectiva, la que tiene nuestro país, nuestra sociedad. Muchos dolores ya nombrados y trabajados y otros muchos ocultos y no nombrados, que ni siquiera tuvieron oportunidad de ser integrados. Y el dolor vuelve a borbotones, con crueldad, con brutalidad y cada vez más polarizado. Porque el pánico no deja lugar al encuentro, a respirar, al tiempo, a la conexión..

Y esa sensación extraña de revisitar mi pasado, el de mi hijo, el de nuestra red de amor, el de nuestra sociedad. Saber que ya no estás allí y sin embargo por momentos perder la perspectiva y sentirte inundada, como si hubieras vuelto a aquellos momentos. ¡Qué dificil es no perder la perspectiva en esos momentos! Como he repetido sin cesar a nivel profesional también, tratar justo en esos momentos de no patologizar el sufrimiento. Poder sostener lo que ves y lo que vives como manifestación extraordinaria de una situación extraordinaria, no como patología ni enfermedad.

Y en ese sentido me doy cuenta de que mucha gente intenta volver atrás de forma desesperada. Quiere hacer como si todo esto no hubiera pasado. Volver a la vida que tenía antes. Quiere pensar que todo esto es un mal sueño y pasará. Pero no es así. Estamos asustados y queremos volver al refugio de nuestras certezas. Pero la vida nos está planteando un escenario incierto donde nadie sabe bien cómo manejarse. Hoy mismo he ido al mar con mi hijo por primer día y aunque nos hemos bañado, él decía «mami, sé que estamos saliendo ya y viendo a nuestros amigos, pero yo me sigo sintiendo en confinamiento, es como si las cosas no fueran reales«. Hablaba de volver a su colegio, de tomar los bocatas de media mañana, de reírse con sus amigos en la puerta, de volver en el autobús. Hablaba de una vida que ya no existe, y que al menos durante un tiempo largo e indeterminado no va a existir.

Y miro las decisiones que se van tomando y me doy cuenta de que tratan de dar soluciones manteniendo las mismas estructuras que existían. Y no va a funcionar. Todas las discusiones que está habiendo sobre la educación, sobre la distancia física, la reducción de grupos, los horarios de los coles y los patios marcados con tiza parte de la misma idea: mantener la misma estructura y adaptarnos hasta que llegue la vacuna y podamos hacer como que no pasó, y volver atrás. Pero no va a funcionar.

La vida nos pide transformarnos, cambiar las estructuras y, al menos de momento, no estamos dispuestos a hacerlo. Así que…

En este tiempo hemos dado un valor diferente a muchas cosas de las que ya he hablado. Por ejemplo, los abrazos y el calor humano. Qué paradoja leer el otro día en un titular: «¿Cómo es posible pensar en dar clase sin abrazar?» cuando yo llevo años trabajando para convencer a maestros y maestras, a educadores y educadoras que abrazar es parte de su labor profesional, que la calidez afectiva es garantía de desarrollo pleno y aprendizaje para los niños y niñas. Ahora parece imposible prescindir de algo que quizá habíamos olvidado de tanto darlo por obvio o de tanto alejarnos o disociarnos emocionalmente en el trabajo.

Todo el debate que ha surgido sobre el valor de la escuela como garante de la equidad y de la integración social más allá del curriculum o el aprendizaje cogntivo. Visibilizar el precio social de haber sacrificado y politizado la educación. De la sanidad ya ni hablo, de lo dolorosamente patente que ha quedado cómo la falta de inversión en una sanidad potente nos ha llevado a la necesidad de medidas drásticas para no colapsar el sistema sanitario y que pudiera atender a la gente. Y la cultura, cómo nos ha mantenido cuerdos. Las canciones, la poesía, la lectura, el cine y la tele..refugios para nuestras almas confinadas que hemos de defender y proteger más que nunca.

Y sin embargo, cuando buscamos soluciones, lo hacemos asustados. Buscamos culpables desde el miedo que agudiza el pensamiento paranoide. Buscamos reforzar las estructuras previas, desde el miedo y la necesidad de olvidar lo sucedido y hacer como que no ha pasado. Buscamos la intensidad emocional en forma de conductas insconscientes, cuando no de riesgo, que nos despierten del letargo emocional al que un confinamiento muy largo nos ha llevado.

No sé si seremos capaces de transformarnos. Sé que si no lo hacemos, la vida hablará de nuevo. Y la vida, cuando habla, es bella pero también es cruel, como lo es la naturaleza en sí misma. Y sé también que toca encontrar una forma personal y consciente de situarse en todo esto, porque no queda otra. Decidir, como escribí hace unas semanas, cómo vivir la permanencia que nos sea regalada.

El mar y la presencia física, corporal, real de mis seres queridos más allá de la pantalla me han recordado hasta qué punto necesito alimentar mi memoria corporal positiva para no perder el norte, para no quedarme sin fuerzas, para encontrar mi propia de vivir y transformarme.

Un abrazo inmenso,

Pepa

 

5 comentarios a “Transformarnos”

  1. Como siempre profundos y certeros tus post… me encanta leerte. Gracias por seguir al pie del cañón compartiendo con nosotros…

  2. Ánimo Pepa, es difícil sostener pero a la vez muy gratificante. A veces el/la que sostiene, tiene que ser también sostenido para coger fuerzas nuevamente y seguir sosteniendo tan bonito como haces tú.

    Gracias.
    Abrazooooooo

  3. […] La vida es más grande y más fuerte que nosotros, y nos pide, como dije en mi última entrada, transformarnos para seguir. Y seguimos siendo tan necios como para pensar que podemos controlar la vida: el nacimiento, la […]

  4. […] algunos aprendizajes que ha traído esta pandemia que no deberíamos olvidar y que nos impelen a transformarnos. Sin embargo, percibimos que tanto a nivel personal, como social e institucionalmente se están […]

  5. […] al 2020 por esta lección de humildad. Por esa llamada a transformarnos, tan radical, tan clara. Parar todo, quedarme a la intemperie con consciencia, no tener ni idea de […]

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