más allá del miedo

28 junio 2009
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Antes de empezar este texto, quiero dar las gracias por la cantidad de mails que he recibido sobre el texto anterior, parece que acerté al elegir empezar por hablar de la felicidad y la alegría. Gracias por los ecos. Son importantes para saber que no ando perdida ni sola 🙂

Allá vamos con la segunda inquietud, entonces. Y es sobre el valor y el miedo.

El miedo es uno de los grandes motores que mueve el mundo. Y no sólo en que lo paralice, sino en que empuja a las personas a tomar decisiones (no nos engañemos, no decidir ya es una forma de decidir) en sus vidas en función de sus propios fantasmas.

Los fantasmas tienen poder en nuestras vidas y nuestra alma hasta el momento que los miramos a la cara, hasta que los «nombramos». Cuando tienen un rostro, se hacen manejables, dolorosos desde luego, pero pierden esa aureola que nos paraliza sólo de imaginarlos. La gente toma decisiones en función de fantasmas recibidos, inculcados, inventados o asumidos simplemente.

Porque, y eso es lo que más me preocupa, el miedo se inculca, se contagia, y se educa. Es importante tener presente que inculcamos los miedos no por lo que decimos, sino por cómo actuamos. Nuestra propia vida es nuestra mejor obra, y a quienes amamos les trasmitimos nuestras opciones de vida, y si esas opciones fueron tomadas desde el miedo, ése es el miedo que inculcaremos.

Y además el miedo es una estrategia de poder muy útil porque paraliza y lleva a la resignación. Es demasiado útil para quien está arriba posicionar a todos los demás en una posición de inferioridad (si además les hago sentir inútiles e inferiores, mejor) que afiance su temor hacia él o ella, como persona, como institución o como sociedad. Que no se plantee que las cosas puedan ser diferentes. Y para eso no hay mejor estrategia que abrumarles con la cantidad de cosas horribles que les esperan fuera si salen de donde están, o lo horrible que está por llegar, ante lo cual acabamos pensando que mejor malo conocido que bueno por conocer.

No parece que decidamos por lo que tenemos, sino por lo que «podríamos no tener», no decidimos por lo que podríamos ganar sino por lo que podríamos perder.

Y al mismo tiempo ese miedo tiene un valor positivo, porque ejerce una labor evolutivamente útil, nos preserva, nos ayuda a la supervivencia, nos permite «defender nuestro territorio». No se trata de no tener miedo, el miedo es una reacción interna de nuestro cuerpo y de nuestra psique que no debemos perder, es más, debemos reconocer y verbalizar. Se trata de escucharlo, pero no decidir desde él.

Porque creo que ahi está la clave sobre el miedo: no nos ayuda a vivir, sino a sobrevivir, no nos ayuda a evolucionar sino a preservar lo que tenemos, no nos abre al cambio, sino que nos resigna, no nos lleva a viajar y abrir horizontes, sino que nos inmoviliza. Para viajar, abrir, volar o vivir hace falta valor. Para otras decisiones o situaciones, alomejor es mejor sobrevivir, o quedarnos quietos, es verdad, pero que podamos optar con consciencia, no desde la angustia.

No nos quedemos en una pareja por no estar solos, sino porque nuestra vida es mejor con esa persona que sin ella, no nos quedemos en un trabajo por no tener otra opción, sino que demos los pasos para lograr esa opción formándonos y aprovechándonos de ese sueldo y entonces demos el paso para cambiar. No nos quedemos en el lugar donde nacimos porque es lo que nuestros padres y abuelos hicieron, salgamos, conozcamos y elijamos si llega el caso y queremos, volver con toda la plenitud que conlleva. No nos casemos, elijamos una carrera, o tengamos un hijo porque es «lo que toca», ¿lo que toca para quién?

Porque el valor no es no tener miedo, sino no decidir desde él, el valor es poner nombre a nuestros fantasmas, mirarlos a la cara y sobrecogernos por el horror que conllevan, dolernos de ellos para poderlos curar, el valor es temblar y levantarse, es lanzarse a vacíos sintiéndolos como tales porque nos fiamos de nuestra intuición o del amor que hemos construido junto a otra persona, entre otros. Cada uno que elija sus motivos para el valor, pero el valor nos permite avanzar, fiarnos, dejarnos y amar.

Sin valor no cabrían los vínculos afectivos, porque si pensáramos en el daño que las personas pueden hacernos y de hecho a menudo nos hacen, nunca confiaríamos en nadie suficiente para generar intimidad, sin valor no habría avance científico, ni social, porque nunca hubiera habido nadie que se arriesgara a pensar diferente o a vivir diferente, y no porque fuera diferente sino porque era el modo en que sus tripas y su alma le decían que querían vivir.

El valor no tiene por qué significar ser alocado, ni desmedido, ni ponerte en situaciones de riesgo, pero sí es ser capaz de locuras, de perder el control, de riesgo cuando es necesario. Es decidir desde lo que siento, desde lo que quiero, desde lo que deseo, desde lo que soy.

Mi madre solía decir que Dios está en nuestras consciencia. Puede que tuviera razón, lo que yo sé es que hace falta mirar muy profundo adentro para encontrar nuestro propio valor, nuestra propia fuerza que nos guíe en una vida que sólo puede ser nuestra. Y sé que el mundo no parece prepararnos para mirar adentro, sino más bien para no mirar. Creo que es importante enseñar a nuestros hijos e hijas a mirar dentro de sí mismos, a encontrar esa fuerza y ese valor, aunque esa fuerza los aleje de nosotros o los lleve a caminos menos seguros aparentemente, más difíciles, y más incomprendidos.

Saber mirar es saber amar. Seguir las reglas, los cánones, lo establecido es más fácil, pero creo que nos puede dejar más vacíos. No se trata de ser diferentes por sistema, se trata de ser nosotros mismos. Y se trata de encontrar dentro de nosotros el valor para hacerlo, más allá del miedo.

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