El valor de la presencia

5 marzo 2012
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Desde hace un tiempo, muchas cosas parecen devolverme al ESTAR. A la opción de dejar de hacer para sólo estar, y desde ahí, SER. Y me ocurre en lo personal, y en lo profesional.

Mi comprensión sobre mi trabajo como psicóloga ha dado un giro muy potente en los últimos años, y no sólo por la evidencia científica que me voy encontrando en cuanto leo y conozco, sino por mi propia evolución, mi propio proceso. Y ese giro es hacia el cuerpo, hacia mi cuerpo, hacia nuestros cuerpos.

El ser humano tiene tres núcleos de conocimiento: el cerebro, el corazón y las tripas, nuestras grandes olvidadas. Porque la persona se gesta desde las tripas, no desde la mente, ni siquiera desde el corazón, sino desde las tripas. Todas los caminos de la psicología por donde voy adentrándome (desde mi base teórica del apego hasta los últimos avances de la neurofisiología o el valor de técnicas como el emdr) me llevan a comprender que nuestro psiquismo se genera desde el amor, y ese amor se recibe y se trasmite a través del cuerpo y la presencia.

Tomo robada una frase a David (gracias) que no tiene desperdicio, dice así: «del caos surgen las formas a través del amor». Y el amor se siente, se reconoce y se vive en el cuerpo.

Nuestra «civivilización» occidental ha ocultado y renegado del cuerpo y ahora todos los avances científicos nos llevan a comprender que es la memoria que hay en nuestro cuerpo, en nuestras células, en nuestras redes neuronales la que nos constituye como personas. Sabemos que esas memorias las generamos a través de las relaciones afectivas. Pero hay que dar un paso más: esas relaciones afectivas se gestan a través de NUESTROS CUERPOS.

Y eso me devuelve al plano personal, al más íntimo: a la PRESENCIA, al «estar ahí» que decía siempre mi madre. Me devuelve a esa necesidad de presencia física que todos tenemos, de caricias, de miradas, de poder encontrarnos en los ojos de otra persona para poder existir. De esas rutinas de amor que acaban constituyéndonos como personas, metiéndose en nuestro día a día hasta el punto de parecernos obvias y al mismo tiempo sernos imprescindibles. Esas personas, esos objetos que forman parte de nuestra alma, porque han estado siempre ahí, de un modo u otro. Los pudimos PALPAR.

Me devuelve a la sabiduría antigua, más primaria, ésa que hace que las madres, padres, abuelas y abuelos pasen horas sin término simplemente estando a nuestro lado. Y al contrario también, al valor que tiene «desaparecer», «no estar», «huir» o «abandonar», palabras que configuran heridas de cuerpo y alma, que dejan huellas con las que las personas se ven forzadas a acostumbrarse a vivir.

Hasta para morir nos hace falta la presencia: el valor de despedirse, de tener un cuerpo, un objeto, un lugar donde reencontrar nuestra memoria, desde el que poder decir adiós. Las personas a las que les arrebatan hasta eso se quedan mucho más ancladas en el dolor.

Nuestro cuerpo al final tiene un doble valor. No es sólo una cuestión de salud física, es que es desde nuestro cuerpo desde donde se crea nuestra alma y el alma de quienes amamos. Estar presente, estar ahí físicamente, hacerse presente ya no es una opción: es una necesidad.

Ojalá nos lo enseñaran más y antes. O quizá es que yo soy lenta en aprender 🙂

Pepa

3 comentarios a “El valor de la presencia”

  1. Pepa gracias por este maravilloso post, me parece muy interesante el énfasis en la importancia del cuerpo. En relación a esto leo hoy también este artículo sobre Mindfulness titulado Regala tu Presencia: http://www.redmindfulness.org/602265

  2. Gracias, María! Ya lo he leído, me ha encantado, ni que nos hubiéramos puesto de acuerdo! Un abrazo, Pepa

  3. Pepa, de tu post salió mi entrada: http://periodistia.blogspot.com.es/2013/04/el-cuerpo.html El cuerpo, No sin mis emociones. Gracias por la inspiración

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