Surfeando la ola
Empieza a olerse el final de año. Un año que no voy a olvidar. Un año que ha supuesto desde el principio revisitar mi pasado. Me costó entenderlo, pero ahora sé que ése era uno de los propósitos de la vida para mí este año. He vivido la reaparición en mi vida de personas que se fueron, en algunos casos hace mucho, mucho tiempo; la despedida de personas amadas, el reajuste de varias relaciones claves en mi vida, el cambio de significado de vivencias que creí colocadas, el hacer conscientes memorias olvidadas… todo ello con la vivencia corporal y emocional que conlleva. Me he visto tomando un caldo tumbada en un sofá, varias veces acurrucada en brazos amados, con dos o tres gastroenteritis de lo más simbólicas, viendo cómo una persona se caía sobre mí en una escalera mecánica. Me he visto llorando antes de salir públicamente en un acto, casi sin poder contenerme. Desbordada, conmovida y sobrepasada.
Y ahora que se acerca el final del año, empiezo a estar serena. Sé que este «revisitar» no ha acabado. Pero ahora que he comprendido el para qué, me cuesta menos. Es más fácil que sentirte zarandeada sin entender por qué. Porque ha sido todo demasiado seguido, demasiado intenso, demasiado rápido, como cuando te arrastra la fuerza del mar.
Sé que se avecinan cambios. Estas últimas semanas se han abierto caminos inesperados, nuevos horizontes que no esperaba. Y sé que llegará pronto el «porche frente al mar». Ya me pasó antes de la llegada de mi hijo. Mi hijo que en un par de semanas cumple 18 años, el final, más simbólico que real, de otra etapa. No es casual que sea al final de este año. Han sido dieciocho años en los que el centro de mi vida ha sido él. Más amor del que jamás imaginé que daría y recibiría, y no sólo hablo del que nos hemos dado, sino del que nos ha sostenido a los dos durante estos años, sobre todo en aquellos momentos en que sentimos que podíamos naufragar, pequeños y frágiles, fuertes en nuestro amor, pero frágiles en la vivencia.
Lo miro y siento un amor inmenso, siento orgullo, pero sobre todo siento agradecimiento. Ser su madre es lo mejor que me ha pasado en la vida, mucho más allá de lo que nunca pude imaginar. Y el año anterior a que él llegara a mi vida también fue como este 2024. Ese 2006 fue un zarandeo, un cuestionamiento de mi lugar en el mundo, un tener que tomar decisiones que no me resultaban nada fáciles, algunas pérdidas muy fuertes para mí. Por no hablar del cierre de mi infancia que había llegado con la muerte de mi padre, el cierre de la casa de mi infancia y la creación definitiva de mi hogar en Madrid, que luego fue nuestro. Aún me acuerdo aquella «fiesta de los libros» con mi gente de Madrid.
Y aquí estoy, él cumple 18, anda separándose y tomando sus primeras decisiones que siente adultas, aunque aún le quede muuuuucho por aprender 😉 y yo vuelvo a reconstruir nuestro hogar. Celebraremos sostenidos. No será como imaginé en algunas cosas. Pero será. Y estaremos bien.
Y yo siento que ando surfeando la ola que está siendo este 2024 con dignidad. Confío. Y lo hago desde la consciencia, aunque me sienta frágil y conmovida.
Gracias por seguir aquí, al otro lado de estas líneas.
Pepa
Pepa, siempre gracias por mostrarte y enseñarnos a sulfear olas bravas, olas mansas;las constantes olas que se mueven en nuestra corporeidad.
Siempre.
Te quiero