Testimonios descarnados

7 septiembre 2016
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En los últimos dos años he leído cuatro libros de los que me han atravesado el alma, tres de ellos en los últimos seis meses. Son de esos libros que pongo empeño en que toda la gente que amo lean, esos que puedo emplear en mi trabajo y que, como le he escrito al autor del último, estoy convencida de que leerlos nos hace mejor personas. Al menos a mí me han hecho mejor persona.

El primero fue «La hora violeta» de Sergio del Molino, una carta de amor de un padre a su hijo muerto por leucemia. Indescriptible.

El segundo fue «Instrumental» de James Rhodes, sobre el que ya escribí esto, y que describe la experiencia de un hombre que fue violado de niño y las consecuencias que esa experiencia tuvo en su vida. Estremecedor.

El tercero fue «Ante todo no hagas daño» de Henry Mash, un libro escrito por un neurocirujano londinense que describe la experiencia de su profesión, la toma de decisiones, su perspectiva del dolor y sufrimiento de sus pacientes (y el suyo propio cuando su propio hijo tiene un tumor cerebral) y la actitud de sus compañeros de profesión ante ese dolor de sus pacientes.

Y el último lo he acabado hoy, «Cómo explicarte el mundo, Cris» de Andrés Aberasturi, otra carta de amor de un padre a su hijo con parálisis cerebral.

Todos ellos son testimonios de vida y de muerte, de dolor y de amor, de sentido y sinsentido, de angustia y consuelo…

Pero no es sobre ellos sobre lo que quiero escribir. Sobre ellos sólo puedo deciros: por favor, leedlos. Pero hay algo que une estos cuatro libros y es que son testimonios descarnados, hirientes, absolutamente a flor de piel. Y los cuatro son de hombres.

Y me ha hecho plantearme lo inusual de este tipo de libros, de estos testimonios, y particularmente de estos testimonios como hombres. Sólo recuerdo un par de libros antes que me impresionaran tanto como relatos del dolor de un hombre (algunos testimonios de personas que fueron torturadas o que participaron o presenciaron diferentes conflictos armados) o de un padre. Aún recuerdo un libro que leí por recomendación expresa de mi padre, que me dijo «es lo mejor que ha escrito nunca, de sus libros es el que pasará a la historia», «Mortal y rosa» de Francisco Umbral, que lo escribió también después de la muerte de su hijo.

Hay canciones, hay poemas, pero libros tan directos, tan descarnados…no lo sé, a lo mejor soy yo que me llegan más o que pueden entrar en mí y dejar huella. Pero siento que los relatos de este tipo cuando los hacen hombres tienen algo diferente. Es una intuición que he tenido en consulta donde la descripción del dolor de un hombre siempre lo he sentido diferente de la de una mujer. No el dolor en sí mismo, que se parece a veces como gotas de agua, sino la forma de relatarlo. Ya sé, ya sé, sé que puede (y seguro que lo será) una generalización inválida en sí misma por englobar una totalidad. Pero no sólo lo he vivido en mis amigos hombres y mis amigas mujeres, en mis pacientes hombres y mis pacientes mujeres…es que lo veo en estos libros. Sé que hay una diferencia cualitativa en el testimonio de quien ha conocido el HORROR respecto a quien lo relata sólo por referencias, sea el testimonio de un hombre o mujer. Pero siento además que la mayoría de los hombres que lo han conocido lo describen de forma diferente de las mujeres que lo han visto de frente.

¿En qué siento que son diferentes? En que quedan abiertos (una vez más ésta es una expresión de un amigo hombre, hablando hoy con él en el café sobre este tema), no buscan un final ni un sentido ni una globalidad, o al menos no siempre. Sueltan, casi escupen su vivencia como si no pudieran hacerlo de otra forma, como temiendo que si lo piensan, o bien no lo contarían o le darían otra forma que ya no sería auténtica ni veraz. Me impresiona la sencillez y brutalidad de las imágenes que se emplean en los cuatro libros, la exactitud casi como si diseccionaran la vivencia. Describen la certeza de sentirse perdidos e indefensos. Utilizan adverbios y adjetivos como «desesperado», «descarnado», «abrumador»…palabras a las que sólo el DOLOR con mayúsculas les otorga valor de verdad. Lo hacen sin justificarse, sin exculparse, hasta el punto que a veces casi se agreden a sí mismos en sus apreciaciones. Los cuatro son libros que te hacen llorar, que te duele leer, que te obligan a parar en varios momentos. Bueno, al menos es lo que me ha pasado a mí, no puedo generalizar.

No lo sé, no me hagáis caso, quizá no tiene nada que ver con que sean hombres, y sí con el DOLOR en letras mayúsculas que narran, sean hombres o mujeres quienes lo narran. Quizá es sólo una casualidad que hayan llegado a mis manos cuatro libros tan poderosos en tan poco tiempo y hubo muchos antes y habrá muchos después y no es verdad lo que intuyo, que ahora haya más testimonios de este tipo.

Porque lo que intento decir es que siento que algo está cambiando. Y que sean hombres quienes den un paso al frente para describir el dolor me parece significativo e importante. Las mujeres lo han hecho más y antes y creo que lo seguiremos haciendo. A nuestro estilo. Supongo que al que tenemos cada persona.

Quizá es tan sólo que me han conmovido profundamente. Y desde aquí, y una vez más, les doy las gracias por sus testimonios, por su dolor y su verdad. Por lo mucho que me han dado como persona y como mujer.

Soy pesada: leedlos.
Pepa

3 comentarios a “Testimonios descarnados”

  1. Pepa querida, admiro tu capacidad y sensibilidad para transmitir con tus relatos lo que sentis y es como que me pasa a mi, es increible! Sos hermosa persona, cuando venis para Argentina?

  2. ¡Mil gracias Pepa!
    Algunos de los libros los conocía pero otros no. Por lo tanto quedan en lista de espera inmediata!
    La isla, esa isla que tan exquisitamente nos redescubres, se hace extremadamente elástica, o es muy pequeña o se estira tanto que no encontramos el momento y un espacio para un café.
    Abrazos,
    Sacra

  3. Gracias!
    Siempre interesante y emocionante todo lo que escribes. Tenía referencias sobre un par de libros, sobre los otros no y los apunto ahora mismo.
    Un abrazo
    Paz

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