el tiempo de las caricias

9 julio 2009
Etiquetas: ,

«Hay un tiempo para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: Un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar, un tiempo para herir y un tiempo para curar, un tiempo para llorar y un tiempo para reír…» Eclesiastés 3, 1-8 (la cita entera no tiene desperdicio)

Hace unos años mi vida tenía un ritmo exageradamente frenético, lo puedo decir ahora con la perspectiva del tiempo y lo decían quienes me amaban. Y ese ritmo se colaba en todo dentro de mí: en mi manera de relacionarme, donde imprimía un ritmo a las relaciones que pocas personas podían seguir, en mi manera de caminar, donde apenas tenía tiempo de mirar a mi alrededor, en mis viajes, mis vivencias y mi intensidad. Todo era rápido, intenso y yo tenía a menudo la sensación de vivir en una montaña rusa en la que los acontecimientos me llevaban a mí sin posibilidad alguna de guiarlos yo. Esa prisa se hizo parte de mi esencia, era como si no supiera ser ni existir sosegada, como si todo tuviera que ser intenso y si me aburría casi me sentía culpable por ello.

Y llegó la patagonia, y mi decisión de adoptar, y el tiempo que me tomé para prepararme, como quien crea un espacio de vida al ser que está por venir. Tenía dudas de si sería capaz de vivir tranquila, de no viajar, de trabajar menos horas, de salir menos…estuve casi un año, en el cual los primeros meses no hice sino dormir, tenía tal cansancio acumulado que ni siquiera era consciente. Luego, al cabo de un tiempo, empecé a paladear la vida.

Me dí cuenta de que un amigo mío tenia razón: no hacía falta contar todo de mí para que alguien me conociera, no hacía falta estar en todos los lugares, es más, entendí el concepto de «demasiado» cuando llegué a tener necesidad de andar calles andadas mil veces porque era incapaz de absorber nada nuevo, no hacía falta hacerlo todo y hacerlo todo bien para ser amada.

Aprendí que había tiempos que sí hacían falta: el tiempo de las caricias, el tiempo de los silencios, el tiempo para conmoverse, el tiempo del miedo, el tiempo del vértigo, el tiempo del dolor, el tiempo de la espera.

Soy rápida y soy intensa, parte opción, parte aprendizaje. Eso sí que es parte inevitable de mi esencia 🙂 Pero la vida, algunas personas y mi hijo me han mostrado que has de saber acompasar tus tiempos, que has de saber esperar, que a veces hacer y correr es una manera de huir y que el amor se cocina a fuego lento.

Sigo llevando una vida de locos para muchos, lo sé, no se puede ir de cien a cero 🙂 ni tampoco quiero, pero es curioso, cuando ahora me toca un mes loco como el que acabo de pasar, todo mi ser se rebela, me dice: por ahí no, no es esto lo que quiero, ahí no está la verdad.

Siempre fui una partidaria de las rutinas, en el mejor sentido de la palabra, y cada vez lo soy más. Son esas costumbres que tejen almas porque siempre están ahí, porque se dan por hechas y te conforman como persona. No quiero perderme la dosis de besos de buenas noches de mi hijo cada noche, no más de las noches imprescindibles, como tampoco quiero renunciar a mi espacio personal, no quiero dejar de leer, ni de escribir, no quiero perder ni un abrazo ni una caricia de los seres que amo, y tantas otras cosas! no quiero oir una canción sin escucharla, ni mirar a una persona sin verla, quiero que cuando me siente junto a alguien, sea para cinco minutos o una vida, sea para mirarle a los ojos y detener el tiempo para él o para ella…

Ya lo decía mi madre, que era una mujer sabia, decía que existir en alemán se dice «dasein» o sea «estar ahí». Para existir hay que estar, y para estar hace falta acompasarse. Existe un tiempo de las caricias, ahora lo sé, y quiero vivir en él.

Dejar un comentario




Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies